LAURA
En mi época de estudiante universitario viajaba con mucha frecuencia desde mi provincia a Buenos Aires. Generalmente en micro. Por esas ra-zones del destino siempre los ocasionales compañeros de asiento que me to-caron en suerte no respondían a mis expectativas, o ilusiones. El señor mayor de edad, la gorda, el chico de cinco años con chocolatines en la mano y … hasta un cura (si, un sacerdote que, para colmo era “burrero” y se pasó parte del viaje hablándome de turf, o roncando). Nunca una fémina bien proporcionada, nunca un minón infernal que cortara el aliento. Así comienza esta historia que se remonta a varios años atrás, y que podemos dividir en varios actos.1er. ACTO: Fines de febrero. Terminal de ómnibus. Gran cantidad de pasaje-ros (en su mayoría estudiantes) aguardando la unidad con destino a Capital Federal. Cerca de donde me encontraba alcance a divisar a dos presuntas jóvenes pasajeras. Una, realmente es-pec-ta-cu-lar, alta, rubia, cabello largo, vestida con unos minúsculos mini shorts y una camisa anudada que dejaba a la vista parte de su por demás bien proporcionada humanidad. Cerca de ella, otra chica de similar edad, a quien aparentemente no preocupaba en dema-sía su aspecto (cabello morocho llovido, poco arreglado, vestido largo, cerra-do, del cual sólo sobresalían sus tobillos, manos y cuello. No sabría decir si era poco agraciada pero, el contraste con la rubia, disminuía aun más su a-pariencia. Si una tenía un dejo de “Pamela Anderson”, la otra era estilo “Lau-ra Inghalls”.
2do. ACTO: Ingreso al micro. La casi totalidad del pasaje había ascendido y estaba ubicado en sus asientos. Solo faltaba que subiera un muchacho (Raúl, a quien conocía del secundario) y yo, que tenía asignado uno de los últimos asientos. Comenzamos a avanzar por el pasillo del atestado micro, cuando advertimos que al fondo de la unidad sólo quedaban disponibles dos asientos (dobles). En uno, sentada la rubia, en el otro, la morocha. Consulto mi pasaje y ¡oh sorpresa!, por fin se me daba una, me tocaba como acompa-ñante la blonda. Apenas alcancé a acomodarme junto a su ceñido short, cuando escucho a Raúl decirle a la otra chica, “te equivocaste de asiento, el que te corresponde es el de enfrente”. Acto seguido, la morocha y la rubia (cuyo perfecto y fugaz culo pasó raudamente ante mis narices), cambiaron ubicaciones, mientras de reojo observaba una sonrisa incontenida en el ros-tro de Raúl.
3er. ACTO: En viaje a Bs. As. Noche cerrada. Luces del micro apagadas. Hacía casi dos horas que habíamos partido. Del asiento vecino se escuchaba un parloteo en voz baja, interrumpido por esporádicas risitas de la rubia. De repente mi acompañante, que luego descubrí le costaba, como a mí, conciliar el sueño viajando, me preguntó si no me interesaba escuchar una cassette que había grabado su amigovio con una banda. Por simple cortesía y resig-nado a mi maldita suerte contesté afirmativamente. Primer sorpresa, el con-junto (tipo “Simón & Garfunkel”) no tocaba nada mal, y así se lo hice saber. Comenzamos a charlar de música, descubriendo que poseíamos gustos afi-nes, ocurriendo lo propio con nuestras inclinaciones literarias. Al rato me sen-tía sumamente cómodo con esa chica, quien me deslumbró por su inteli-gencia y forma de ser. Nunca me había ocurrido de tener una conversación tan placentera y encontrar tantos puntos de coincidencia con alguien del sexo opuesto. Advertí que el sentimiento era recíproco. Ella me contó de su novio, yo de la chica con la que salía, etc. Paradójicamente, mi compañera de viaje se llamaba “Laura”.
4to. ACTO: Nuestra entretenida conversación se interrumpió cuando Laura, luego de intentar cerrar bien la cortina que estaba sobre la ventanilla, me pi-dió si podía destrabarla. En medio de la oscuridad, traté de hacerlo y, real-mente sin intención, rocé un pecho de ella con mi mano. Pese a lo fugaz del toque, advertí la erección de éste, así como la de mi miembro. Me apresuré a disculparme y, segunda sorpresa, Laura me respondió que no me incomo-dara y, tomándome la mano, luego de deslizarla por debajo de su vestido, la apoyó completamente en su redondo y turgente seno, que sentí suave y tibio. Mientras tanto, con suma delicadeza y naturalidad comenzó a acariciarme la entrepierna. No sé si habrá notado mi asombro, pero sus palabras me queda-ron grabadas cuando dijo:
– Si disfrutamos tanto conversando y veo que existe una gran afinidad en nuestros pensamientos y gustos, supongo que lo mismo ocurrirá en el plano físico. Y ocurrió. Aprovechando la oscuridad reinante en el micro, que está-bamos al fondo y que todo el pasaje dormía (inclusive nuestros vecinos de enfrente -Raúl y la rubia-), nuestras manos comenzaron a recorrer frenética-mente nuestros cuerpos. Mi única incomodidad radicaba en el vestido de Laura, que ya describí (largo y muy cerrado arriba). El inconveniente inicial se transformó en una ventaja, pues ella lo levantó por encima de su cintura, permitiendo así que sin estorbos recorriera desde sus muslos hasta sus pe-chos, primero con las manos, luego con la lengua. Habíamos alcanzado ya un nivel muy alto de excitación. Mis dedos jugueteaban en su clítoris, en me-dio de una tibia humedad; mis labios se fundían con los suyos, abandonán-dolos solo para posarse en sus pezones, mientras mi sexo era acariciado cada vez más frenéticamente. Laura, respirando en forma entrecortada aflojó mi cinturón y desprendió mi pantalón. En ese momento gocé del mejor sexo oral de mi vida. No sé si la dejé hacer o ella no permitió interferencia alguna, pero su delicadeza, su pasión y su ternura me volvían loco. Sentía su boca cálida y húmeda que primero se movía a un ritmo in crescendo para, luego, de repente, transformarse en suaves toques de lengua. No sé cuánto tiempo pasó, ni me interesaba. Estábamos junto a más de cuarenta personas, en un pequeño espacio físico, pero ambos nos sentíamos aislados de todo el mun-do, pendientes de un maravilloso y puro juego sexual. Cuando advertí que mi excitación alcanzaba el clímax, Laura me pidió que no me contuviera, que a-cabara en su boca. Y así ocurrió. Luego más que dormirnos nos desma-yamos, y despertamos poco rato antes de arribar a Buenos Aires. Paradó-jicamente, había tenido una de las mejores experiencias sexuales de mi vida, pero en ningún momento llegué a ver el cuerpo de esa chica, aunque lo co-nocía a través de otros sentidos, y se me antojaba exquisito (nada que ver con mi impresión cuando la vi en la terminal). ¿Sería la excitación vivida?. Ya verán que no.
5to. ACTO.: Laura me había dado la dirección del departamento que alqui-laba con otras estudiantes. A la semana, luego de recorrer varias librerías, para conseguir un libro, del cual habíamos hablado esa noche (recuerdo que era “Fatland”), me presenté en su domicilio para regalárselo. Tercera sorpre-sa de mi parte. Laura estaba sola y me hizo pasar. Cuando la vi, no reconocí a la misma chica, si se quiere “insulsa” de la terminal. Vestía un top amarillo y una pollera corta, su cabello, estaba ondulado (brushing creo que lo llaman las mujeres). No lo podía creer, era el día y la noche. Debajo de tan poca ro-pa (tengan presente que pese a lo que habíamos vivido, por primera vez “veía” realmente su cuerpo), se vislumbraba una delicada figura. Era tal mi asombro que no tuve reparos en decírselo. Su respuesta resultó acorde con la idea que me había hecho de su personalidad. Me dijo:
– Me revientan los tipos que se te acercan sólo cuando ven un buen cuerpo, me parece denigrante y por eso a veces me arreglo más en privado que en público. ¿Te doy un ejemplo?, el chico que en el micro logró que cambiara mi asiento con la rubia, estaba como si hubiese ganado la lotería. ¿Querés o-tro?, lo que pasó entre nosotros, estoy segura que de tu parte no estuvo mo-tivado, al menos en principio, por lo físico; que yo te agradé o me valoraste por otras cualidades; y eso para mí vale mucho; lo que acabas de decirme me lo confirma.
EPILOGO: Como a los tres meses de ese viaje me encontré con Raúl. Se disculpó por el cambio de asientos en el micro. No le comenté nada de lo ocurrido con Laura (de mi parte, esta es la primera vez que lo cuento), pero le pregunté por la seudo Pamela Anderson.
– ¡Dejame de joder!- me dijo -estaba rebuena, pero era una histérica rompe pelotas. No paró de hablar de ella y para colmo, cuando insinué algún avan-ce, no sé si para no darme bola, o si era verdad, me dijo que con los pen-dejos de mi edad nada, ¡la volvían loca los jovatos!.
Ah, su nombre -que ya he olvidado-, no era Pamela.
FIN.
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