Contiene BDSM, sexo gay, lesbianas, heteros, virgenes, salidas, malvados, violaciones, orgías, etc. Capítulo 3
Sus ojos la destriparon con anticipación. Leek escondió a Amadis detrás de sí misma. Era el fin…
– Continuad. – Solicitó con una voz fría y desoladora, haciendo que ambas temblasen al unísono. – VAMOS, PERRAS. – Gritó enfurecido.
Amadis comenzó a llorar aferrada a su amada Reina. Leek se dió la vuelta y la abrazó llena de amor, aún sabiendo que a partir de ese momento lo que les aguardaba iba a ser peor que la misma muerte. No había excusa posible, ni explicación lógica, ni siquiera susurro de esperanza. Era el fin de ambas, la excusa que buscó todos estos años para destruirla, y se la había servido en bandeja. – Continuad… – Susurró peligrosamente mientras abría las puertas de la habitación de par en par para que los guardias reales pudieran ver la escena.
En el centro de la habitación, bañadas por la luz anaranjada de un sol que atardecía, dos mujeres solas y desnudas, se reconfortaban abrazadas, queriendose, expuestos sus cuerpos ante los ojos de un palacio maldito que aprendieron a aborrecer tanto como a amar.
Los dos testigos involuntarios quedaron perplejos. Jadearon casi al ver la escena y apartaron enseguida la vista dándose media vuelta como si la puerta jamás se hubiera abierto. Temieron que presenciarla les valiera la pena de muerte, temblaban aún vueltos de espaldas, pensando que quizás serían atravesados por una descarga de ki. Pero lo que dijo el Rey les dejó clara la situación.
– Miradlas bien. – Temerosos aún se dieron la vuelta lentamente. – Sereis testigos de su traición. Quiero que veais cada segundo de su verguenza. – Encontraron que la situación no había variado, salvo por el Rey, que les invitaba a una visión turbadora.
Se sintieron acongojados de presenciar tal situación. Era incómodo para sus almas ver a la Reina que juraron proteger con sus vidas abrazada a una sirvienta, en tan humillante posición, desnuda, vulnerable, alejada del canon de guerrera poderosa que siempre habían conocido. Sus miradas se clavaron en los ojos oscuros de Leek con reproche, decepción…
– Así Leek, deja que vean lo zorra que eres… – Se burló Vegeta congratulado por la humillación que les profería a ambas.
Paralizada aún por el giro de los acontecimientos, rehusó afectarse por quienes un día la admiraron. Volvió los ojos hacia Amadis. Sostuvo su cabeza entre las manos y la obligó a mirarla fíjamente.
– No hay nadie. – Susurró para calmar el temblor de su pequeña amada. – Nadie nos mira. – Aseguró con una sonrisa que se cruzó con la expresión de incomprensión absoluta de Amadis.
He de despedirme de ella, pensó la reina invadiendose de tristeza. Ningún temor a la muerte ahora, ni siquiera imaginando la clase de torturas que le aguardaban, sólo el terror de perderla para siempre. La sostendría entre sus brazos vor última vez, y sabía que jamás podría volver a sentir esas pequeñas manos acariciándola, ni esos labios suaves desnudándole la piel sobre la piel; aquella que existe como una ropa cubriendo tan sólo el alma.
– ¿Existe el cielo mi señora?. – Preguntó su pequeño ángel. El cielo… ¿Existía?. ¿Cómo responder algo que ni ella misma sabía?. Sería hermoso… Un lugar donde podría susurrarle que la amaba, donde el violeta inocente de aquellas pupilas brillaría para recordarle una razón por la que existir merecía la pena. Amadis la miraba espectante de una respuesta, con lágrimas que se contenían esperando un no o un sí. Anhelando un sí, y Leek lo sabía.
– Si. – Tembló pensando que quizás mentía al darle aquella respuesta. Se acabaron los días largos aguardando un momento de soledad, cuando se sonreían apenas guardando las apariencias al cruzarse entre los pasillos. Cuando la llamaba para que viniera a servirle una bebida que se deleitaban lamiendo en la piel de la otra, porque siempre había un motivo para recorrerse, una excusa para saborearse. Siempre esperando el momento de terminar con sus vidas fingidas, desoladas, atormentadas y dejar salir a sus verdaderas ellas mismas. Allí, en sus recodos de soledad eran felices. Su vida se componía de los retazos de felicidad que esos momentos deseados le otorgaban, y que habían llegado a su ocaso. Sería el fin de los roces accidentales que les enviaban temblores por toda la espina dorsal, y tan sólo eran roces… pero eran más, mucho más… Era el adiós de una vida juntas, del secreto mejor guardado.
– Leek. – Vió el temor de sus pesares. Quiso aferrarse a ella, demostrarle que estaban juntas, que eran una.
– Pssss. – La calló calmándo el dolor de su alma. Rozó sus labios con el pulgar mientras las lágrimas corrieron por sus mejillas sorprendiendola. Trató de recordarse llorando en alguna otra ocasión y no podía rememorar tal suceso. El amor, qué débil la hizo el amor, y sin embargo, el calor de su corazón, la emoción que sentía en esos momentos mientras Amadis la abrazaba consolándola, a ella, la fuerte, la poderosa, la Reina… ese calor no podría cambiarlo por mil tronos, por mil víctorias, ni por mil súbditos adorándola. – Amadis, mi Amadis… – La abrazó como si le fuese la vida en ello.
La más respetada guerrera de Vegetasei se forzó a ser fuerte una vez más. No podía escapar de la muerte, pero podría vengarse del Rey mostrándole lo que él jamás podría gozar. – Vegeta. – Increpó desafiante. – Escucha bien en este día mis palabras, escuchad vosotros. – Se dirigió a los guardias reales movida por una energía interior que ni ella misma comprendía. – Y recordad esta profecía… El Rey Vegeta será respetado, será temido y será odiado, gobernará con puño de hierro, implacable y cruel, pero el día que alguien le mire a los ojos y le diga que le ama sinceramente, ese día, SERA SU FINAL. – Gritó alterada.
– Déjate de palabrerías y termina lo que empezaste. – Contestó en apariencia inafectado por sus palabras.
– Observa Vegeta. – Dijo con solemnidad. – Cómo la amo. –
Estrechó a Amadis entre sus brazos y la besó con intensidad. La pequeña doncella sacó fuerzas de flaqueza. “Nadie nos mira” pensó. “No hay nadie” se recordó y devolvió el beso con pasión, obviando el murmullo de asombro de los protectores reales que sí estaban mirando, que sí estaban allí. Bebió las lágrimas del rostro de Leek, mezcladas con las suyas propias. Sus manos vagaron los caminos aprendidos de años de amarse. La espalda fue surcada con un dedo pequeño desde la nuca hasta la cola que frotó con sus manos excitándola más aún mientras la otra mano amasaba sus gluteos de ese modo que sólo la sutileza de una mujer podría obrar.
El Rey echaba por los ojos llamaradas que juraban terribles consecuencias para tales acciones. Se aseguraría que el castigo más horrible recallese sobre Leek y… su doncellita. Pero no intervendría, debía dejarlas terminar su espectáculo indecente delante de los testigos. Con el testimonio de los guardias reales, el consejo de ancianos las condenaría a la más cruel de las penas. El gemido de Leek, pese a su cólera contenida, le hizo excitarse a sí mismo mirándolas. Tanto como quisiera retorcerles el cuello a ambas deseaba, apoderado por un morbo inusitado, mirar como se follaban.
Pero no era sexo sólo lo que aquellos tres saiyajins presenciaban, sino una demostración de dos bellas enamoradas que se entregan en cuerpo y alma en una despedida llena de emoción y de amor, de infinito amor. Quizás no estaban preparados para ver aquello, era demasiado el choque con lo que habían aprendido y practicado, porque un escalofrío les recorrió todo el cuerpo, y sintieron la carne de gallina. Se estremecieron con las dos lenguas bailando tan sutilmente.
Leek pasó su cola alrededor de la doncella y la penetró desde atrás mientras la abrazaba y gemía por las atenciones que los labios de Amadis proferían a sus pechos. “No hay nadie”, “nadie nos mira” se repetían aunque sabían que 3 pares de ojos se quemaban viendo sus cuerpos.
Lentamente, sin prisas, con la calma que siempre tenían, deseosas de que jamás finalizase esa despedida que daría lugar al más horrible de los destinos, las dos mujeres, sin títulos, sin nombres, en esencia, se entregaban la una a la otra. El sonido de sus gemidos se hizo eco en los soplidos de excitación incontenibles de los 3 machos que las miraban. ¿Cómo no iban a excitarse con semejante visión?. Sus cuerpos reaccionaban dispuestos a actuar si pudieran. El mismo Rey ansiaba poseerlas a ambas, se imaginaba introduciendo su cola en una mientras penetraba con su pene a la otra. Quisiera formar parte de ese amor que jamás había gozado. Pero sabía que si intervenía, el consejo de ancianos podría alegar que en los gustos de Rey estaba entegarse a los placeres de un trío, lo cual, si bien era cierto, no convenía en este caso que se supiera. Su compañera era la Reina, y debía ser intocable más que por el mismo. Una deshonra era lo que estaba haciendo… una deshonra… Gimió incapaz de controlarse al ver el cuerpo pequeño de Amadis retorcerse por el placer del orgasmo que la cola de mono de Leek le estaba haciendo alcanzar.
Las manos de Amadis estaban perdidas en el sexo de la reina, frotando su clítoris, introduciéndose en su sexo mojado completamente, que chorreaba goteando hasta el suelo impoluto de la habitación. Primero un dedo, moviéndolo lentamente, después dos dedos, ganando en velocidad, arrancando quejidos pequeños… después tres dedos, y el placer se hacía intenso, tan intenso… cuatro dedos entraron pronto, de su pequeña mano, ágil y ardiendo. El reflejo de sus acciones cobraba forma en el brillo de los azulejos otorgando una visión perfecta desde abajo.
Los tres saiyajins respiraban aceleradamente y podían notarse sus erecciones en los pantalones de mallas negras pegados al cuerpo. Sus colas se desviaban hacia abajo rozando su entrepierna para aliviar levemente su necesidad de tocar, de lamer, de penetrar… No ayudó a su situación ver la mano completa de Amadis entrando dentro de la vagina de Leek. Su puño completo entraba y salía sorprendiendo en tan frágil mujer acciones tan excitantes. Si, sonrió Leek, su pequeña Amadis era inocente, más su apetito era insaciable. Y su deseo de darle placer era correspondido con unas acciones tan expontaneas, como emocionantes. La pequeña doncella continuaba metiendo y sacando su puño dentro de su sexo mientras devoraba con exquisita ternura sus senos. Qué contraste tan perfectamente conjugado…
– Ahh Amadiiiis. – Ambas mujeres explotaron de placer. La cola de Leek se encrespó más dentro de la vagina de la doncella alcanzando el tope de lo que cabía. Amadis no soportaba más la sensación de choque contra su fondo, tan intensa, tan rápida, tan firme… – Ahhh. – Alcanzaron el orgasmo a la vez sintiendo como la presión de sus paredes vaginales le apretaban fuertemente puño y cola respectivamente.
Mientras tanto, agena a los acontecimientos que su supuesta madre realizaba, la princesa encontraba el consuelo al dolor de sus heridas en las atenciones de Zarbón.
– No podeis seguir así. Debeis pensar en vuestra salud. Cada vez se preparan más duramente para retaros a duelo de desposorios. Esta vez casi os vencen. – Afirmó preocupado el “niñero” mientras le rebajaba la fiebre con una compresa fría en la frente.
– Si tienes una idea mejor te escucho. – Se quejó furiosa.
Tanto como odiaba aconsejarle tal cosa, sentía que no podía hacer otra cosa. – Casaos. –
– ¿QUE?. JAMAS.- Gritó tratando de levantarse y volviendo a la cama por el dolor de las costillas.
– Elegid un saiyajin que podais manejar a vuestro antojo, no teneis que casaros con quien elija vuestro padre… Cualquier macho estaría encantado en desposaros. Sois hermosa, fuerte, y… –
– Sabes bien que él nunca permitiría que me casara con alguien débil de caracter, si supiera mis planes le retaría en duelo. Haría lo que fuese con tal de verme doblegada a mi esposo. Lo sabes bien. Además, los machos saiyajins son dominantes y les gusta mandar por sobre las hembras. Jamás daría con alguien “manejable”. –
– Os sorprenderiais princesa… si supierais… que muchos de aquellos que pensais rudos y dominantes, son fácilmente manipulables si encuentran en vos la suficiente… capacidad de convicción. – Zarbón elegía con cuidado sus palabras.
Veget le escuchaba atenta, interesada en lo que decía aunque no demasiado dispuesta a seguir sus consejos. – ¿Capacidad de convicción?. –
– Si. – Afirmó con un tono de voz algo oscuro.
– Explícate. –
– Hay muchos modos de controlar a alguien y uno de ellos, quizás el más efectivo sea dominarle en lo más íntimo de sí mismo. –
– No comprendo… –
Zarbón odiaba estar teniendo esa conversación, pero sabía que si no lo hacía, Veget acabaría por ser derrotada por un bruto que la maltrataría a perpetuidad para regocijo del Rey. Y no estaba dispuesto a que eso sucediera, la protegería aunque sabía que tendría que pervertir su “pureza” en el proceso.
– Descansad ahora, tomad el té y dormid, luego hablaremos más detenidamente. –
– NO. Habla ahora. – Exigió.
– Bien, princesa… en vuestra educación habeis sido privada del conocimiento de una parte esencial de todo ser. Se os enseñaron matemáticas, física, química, biología, estrategia militar, artes marciales, y demás disciplinas intelectuales, pero jamás se os enseñaron las artes del placer físico. –
– ¿A qué te refieres?. –
¿Cómo explicarle a un ser tan virginal algo tan sórdido? se preguntaba Zarbón mirándola detenidamente y casi dispuesto a renunciar a su plan.
– ¿Hablas de sexo?. –
Salió de sus pensamientos internos al escuchar la pregunta. Ignoraba por completo que ella conociera incluso aquella palabra que le había sido prohibida en sus libros so pena de muerte a los maestros que la enseñaban.
– ¿Qué sabeis del sexo princesa?. –
– Según me enseñaron, es algo necesario cuando adquiera compromiso con mi esposo, y sirve para consumar nuestra unión, a la par que para engendrar el heredero al trono. – Su tono resultaba sarcástico en la última parte de la frase.
Zarbón rió un poco. Los saiyajins eran tan brutos…
– Mi madre me dijo una vez que el sexo servía para darle placer a tu esposo y para convertirse en una desgraciada, que no me dejara jamás poseer por nadie y jamás desposara a ningún macho. –
En resumidas cuentas, su plan era imposible, concluyó Zarbón en su pensamiento. Con semejantes ideas metidas dentro de esa cabecita…
– Pero yo se que hay algo que no me han dicho… –
Nueva sorpresa, quizás ¿una esperanza?. – ¿Y qué sospechais que es eso que os ocultan?. – Preguntó sin perder cuidado en la elección de sus frases.
– Hace unos días vi una cosa… – Veget se incorporó en la cama obviando el dolor de costillas y mirándole fíjamente.
– ¿Qué visteis?. – Zarbón cogió la compresa fría que se desplomó de la frente para caer en su hombro.
– Esto. – Aprovechando la cercanía, sintiendo que el corazón le latía a mil revoluciones, la princesa le sostuvo la cara y acercándose le besó en los labios.
Zarbón abrió los ojos sorprendido de aquella acción. ¿Qué se suponía que iba a hacer?. Le estaba besando, a él. No se movió ni reaccionó al beso, la dejó besarle intrigado por lo que podría saber de sexo más que por el beso en sí mismo. Por desgracia, lo que parecía saber de esas lides era algo más de lo que él pensaba, e infinitamente menos de lo que sería necesario. Fue un beso que consistió en juntar los labios sin más.
Por fin se separó y mirándole con determinación… – Ya se con quien quiero casarme. –
– Princesa… –
– Quiero casarme contigo. – Sonrió feliz de su decisión.
Zarbón la miró desolado. – No soy un saiyajin. – Contestó tragando saliba para pasar el nudo que se le hizo en la garganta.
– Eres más fuerte que cualquier saiyajin. –
– No soy de tu especie, jamás sería aprobado un matrimonio así. – Optó por argumentar eso, por no entrar en explicaciones complejas acerca de los tipos de sexualidad y de las inclinaciones homosexuales que el profesaba.
– Las leyes de Vegetasei son aracaicas, no se actualizaron a las nuevas tendencias del Imperio galáctico y por supuesto, no contemplan distinción de especies. Si alguien se opusiera a nuestro matrimonio, tendría que derrotarte en combate y no existe un sólo saiyajin en la faz de Vegetasei capaz de obrar ese milagro. Ni siquiera mi padre. –
– NO. – Gritó autoritariamente. No sería justo para ella estar casada con alguien que no le podría corresponder, y jamás sería aceptado por sus congéneres aunque legalmente fuera posible.
– SI. – Le encaró ella volviendo a besarle para su sorpresa.
– LLEVAOSLAS. – Los protectores reales avanzaron hasta Leek y Amadis. Pese a su pena en hacerlo, aún afectados por el recuerdo de su juramento de lealtad a la reina, las llevaron por los pasillos del palacio desnudas mostrándolas a todos mientras el Rey elegía el camino más largo para asegurarse de que ni un sólo miembro de la corte se perdiera el espectáculo. Todos al paso de la Reina se arqueaban y procuraban desviar sus ojos de la desnudez de las presas, aunque encontraban imposible no mirarlas al menos de reojo. La presencia del Rey al frente de la comitiva que se dirigía a la sala del consejo de ancianos extrañaba aún más, pero les guardaba de intervenir.