La Auditora.

Ella hizo que yo quedara muy mal con mi cliente y yo me aproveché de ella.Tengo un despacho contable; en él me va bien y tengo bastantes clientes, pero en algunas ocasiones hay problemas con algunos de ellos que no pagan bien sus impuestos. Ese fue el caso de uno que nunca pagó lo que debería ser y como era lógico, un día me llamó para decirme que le había llegado un citatorio en el cual se especificaba que sería objeto de una auditoría.

Al día siguiente me presenté a la oficina del cliente para atender a la persona que haría la auditoría; ella como buena burócrata llegó con una hora de retraso; pero cuando llegó me quedé boquiabierto, pues la auditora era una belleza, tendría unos 26 o 27 años, medía como 1.67, de cabello castaño claro, largo y un poco esponjado; sus ojos eran verdes y tenía un cuerpo fabulosos, eso aunado a que traía una minifalda roja y una blusa blanca con un escote no muy pronunciado pero si un poco sugerente, me dejó hasta sin aliento.

Ella y yo nos presentamos; dijo llamarse Guadalupe y le presenté al dueño de la empresa; ella enseguida empezó su trabajo pidiéndome documentos y archivos contables; cuando se sentó, la falda le cubría apenas lo indispensable; hice todo lo posible por no quedarme viéndole las torneadas piernas.

Como toda buena auditora, según ella en diez minutos ya sabía cuanto debíamos y empezó a decir que todo estaba mal, que la persona que lo había hecho (o sea yo); no tenía ni idea de lo que era la contabilidad y que nos iba a costar mucho dinero. Lógicamente me enojé y le dije que ella era la que estaba mal. El dueño de la empresa se puso nervioso y llamó a la auditora a su oficina; algo platicaron durante casi una hora y luego ella salió y me dijo que regresaría al día siguiente; tomó sus cosas y se fue.

Yo estaba contemplando el movimiento de sus nalgas cuando el dueño me llamó a su privado; nada más fue que yo entrara para que me empezara a insultar y a decirme que como era posible, que el pagaba mucho para que todo estuviera bien. Por más que le expliqué que él no había querido pagar correctamente los impuestos, el siguió son su necedad y sus mentiras, haciéndose el inocente como si uno no supiera la verdad.

Muy disgustado le dije que si esa era su actitud, en cuanto terminara la auditoría yo me largaba; el dijo que eso quería y me fui muy enojado.

Al día siguiente estuve trabajando con la auditora, otra vez se había vestido con una falda muy cortita, esta vez azul y una blusa beige muy pegada; dentro de la conversación de trabajo, salió que ella era casada; la dejé hablar para ver si había alguna oportunidad de ligue con ella; pero aunque estaba muy joven, ya su amargura contra los hombres y sobre todo contra su marido era evidente.

Al final del día la invité a tomar una copa pero ella se rehusó pretextando que tenía que llegar temprano a su casa para estar con su esposo; la acompañé a su auto y yo también me fui.
Trabajamos varios días más en los cuales ella todo el tiempo estuvo criticando mi trabajo y tratándome como si fuera un novato. En una ocasión yo le pedí que nos diera la oportunidad de corregir las cosas por nuestra cuenta, pero ella me contestó que ya habíamos tenido nuestra oportunidad y la habíamos desperdiciado, que ahora nos aguantáramos. Yo cada día estuve más disgustado y como ningún día me aceptó la invitación a salir, empecé a planear mi venganza en contra de ella.

Antes de que la auditoría acabara, yo hablé con un conocido que a su vez conocía a ciertos individuos que no se tentaban el corazón para hacer lo que uno les pidiera, siempre y cuando hubiera una buena paga de por medio. Le platiqué mi plan y él me dijo el precio y como lo llevaríamos a cabo.

Un día que salí de la empresa con la auditora, noté que dos tipos nos observaban desde la esquina cercana; ellos hicieron como que platicaban, pero yo sabía que eran de los conocidos de mi amigo, pues esa calle siempre estaba vacía.

Yo le informé a mi amigo cuando quería que se llevara a cabo el plan; era el último día que Guadalupe iría a la empresa y por lo tanto la mejor oportunidad.

Ese día, Guadalupe llegó con una de sus acostumbradas minifaldas, esta era negra y su blusa blanca la hacían ver bastante apetecible. Antes de terminar, ella me platicó que ya se estaba divorciando y que estaba viviendo sola. Terminó y entregó las cuentas de lo adeudado al dueño de la empresa, de lo cual yo tuve que pagar una parte; intercambiamos teléfonos y nos despedimos cordialmente; yo no la acompañé a su auto porque tenía que ver las cuentas con el dueño y porque sabía lo que iba a ocurrir afuera.

Media hora después, salí de la empresa, despidiéndome para siempre del dueño y me subí a mi auto; verifiqué un pequeño mapa que me había sido proporcionado por mi amigo y manejé hacia allá. En el camino llamé a mi esposa para indicarle que iría a tomar una copa con el dueño de la empresa y el auditor y que llegaría muy tarde a la casa o tal vez no llegaría ese día.

Tomé la carretera y me desvié en un camino más pequeño, que desembocó en otro más pequeño y luego doblé a la derecha en un camino de terracería, manejé unos cinco kilómetros y poco después vi lo que buscaba.

Empezaba a oscurecer cuando llegué a una construcción a medio terminar; de tabique sin acabados y techo de lámina; las ventanas y la puerta estaban tapadas con cartones y láminas; rodeé la casa con el auto y en la parte de atrás estaba estacionado el auto de Guadalupe; una sonrisa se dibujó en mi rostro al ver que el plan estaba saliendo a la perfección.

Me estacioné y me bajé del auto; rodeé la casa hacia le frente y ya uno de los tipos que había yo visto me esperaba afuera de la casa; nos saludamos con una señal sin hacer ruido y entramos.

El tipo encendió una lámpara sorda me condujo a una de las habitaciones de la pocilga; el piso de la misma era de frío cemento. Llegamos a una habitación igual de fea que las demás, cerrada totalmente. Un foco alumbraba el cuartucho semivacío; en medio de el mismo, estaba Guadalupe sentada en una silla, atada a la misma de pies y manos; con los ojos vendados y amordazada con un trapo; oompletamente desnuda. Unos lazos detenían su abdomen contra el respaldo de la silla, impidiéndole moverse.

Pude admirar el hermoso cuerpo de ella, de verdad estaba muy buena; su piel era tersa y suave, de color moreno claro; tenía los senos de buen tamaño, con los pezones erectos por efecto del frío que se sentía en el lugar. Su cuerpo se adelgazaba en la breve cintura y se ensanchaba en las caderas. Las piernas estaban muy bien formadas como ya me había dado cuenta aún estando ella vestida. En medio de las piernas atadas juntas, asomaba una tupida mata de vello oscuro. El tipo que me había conducido a ella se salió y me dijo: “Que se divierta patrón”; luego, colocó una tabla grande en el lugar en el que debería ir una puerta.

Me quedé solo con Guadalupe, ella estaba muy quieta, temblaba,, no sé si de frío o miedo, pero eso era lo que yo quería, que tuviera miedo de lo que podía ocurrirle.

Me acerqué despacio; ella se agitó un poco e intentó decir algo; alcancé a distinguir algo así como: Sfultnme; djnm ir, mldtos. No hice caso de sus súplicas; me incliné detrás de ella y acaricié sus senos mientras besaba su cuello; estuve sobándolos y pellizcándolos un rato mientras la escuchaba jadear mientras seguía suplicando: ¿Q qrn?, djnm ir pr fvr. Me enderecé y di la vuelta para quedar frente a ella; me agaché y le desaté los tobillos y luego los muslos; la hice separar las piernas mientras escuchaba sus quejidos: Nnn, nnn, pr fvr; continué con mi trabajo con la seguridad de que nadie la escucharía, excepto, tal vez, el tipo que me había conducido a ella; le até los tobillos a las patas traseras de la silla, de modo que sus piernas quedaron abiertas y pude ver su chochito y su panocha un poco escondidas por el asiento de la silla.

Coloqué mi mano en su rodilla y fui subiendo lentamente por el muslo, acariciándolo despacio y sin prisa; ella decía: Nnnn pr fvr nnn; seguí subiendo hasta llegar a su entrepierna; con un dedo jugueteé con sus labios mayores; luego pasé al clítoris mientras Guadalupe seguía suplicando; pero una vez que comencé a acariciarle el chocho, se quedó muy quieta, como a la expectativa. La dejé gozar un ratito y toqué su vulva, me di cuenta de que se estaba mojando y fingiendo la voz le dije: “No que no te gustaba puta”; yo no quería que me reconociera, pero por fuerza tenía que hablarle alguna vez. Levanté mi dedo medio y empecé a clavarlo en su panocha húmeda; ella soltó un gemido entre adolorido y de placer; empecé un mete-saca sabroso en su panocha mientras con la otra mano empecé a acariciar sus senos despiertos.

Poco tiempo después, Guadalupe soltó un alarido que cubrió la mordaza: “Mmmmmmm” y la sentí venirse en mi dedo.

Saqué mi dedo y me lo limpié con su cabello; le pregunté: ¿te gustó?, pero ella no respondió; la tomé del cabello y jalándola hacia atrás volví a preguntar: ¿Te gustó puta?; “mjm”, fue su respuesta y sin soltarla le dije: Que bueno, porque va a ser la última vez que lo disfrutes en tu perra vida, ahora tu vas a sufrir mientras yo voy a gozar. Guadalupe empezó a ponerse nerviosa y a querer soltarse pero las amarras que le habían hecho eran muy buenas y no pudo hacer nada.

En un rincón del cuartucho había una mesa de madera con ciertos implementos que yo había solicitado que me colocaran allí; fui por un par de pinzas plateadas que se encontraban unidas por una cadenita y otro par que se encontraban sueltas; regresé con Guadalupe y coloqué las pinzas en la silla, en medio de su piernas abiertas; pensé que primero quería humillarla sin dolor, al fin había bastante tiempo para lo que tenía pensado hacer.

Desamordacé a Guadalupe, advirtiéndole que de nada le serviría gritar porque nadie la escucharía; en cuanto le quité la mordaza, ella soltó una andanada de preguntas y de insultos que no parecían venir de una mujer tan guapa: “¿Quién eres %&$&&, que quieres de mí?, suéltame o te va a llevar la &#$/”##$ desgraciado hijo de tu &%(#” madre”. Tuve que darle una buena bofetada para que dejara de insultarme.

Siempre fingiendo la voz, le dije: Aun no es tiempo de que sepas quien soy, ya lo sabrás en su momento; por lo pronto vete haciendo ala idea de que soy tu amo y tu eres mi perra y que te voy a hacer lo que se me antoje durante el tiempo que se me antoje y que voy a gozar con tu dolor y tus gritos, puta.

Guadalupe se quedó callada; creo que comprendió que en la situación en la que estaba no podía hacer nada por liberarse y que sería mejor estarse quieta.

Parado a un lado de ella, me desabroché el pantalón y lo dejé caer al piso junto con mi trusa; dejando mi excitada verga al aire. Tomé a Guadalupe de los cabellos y le ordené abrir la boca; ella lo hizo no muy convencida; la hice agachar un poco la cabeza para que quedara a la altura de mi verga y la metí en su húmeda cavidad bucal; le dije que me la mamara y ella empezó a moverse lentamente hacia delante y atrás, era notorio que tenía experiencia en hacerlo; así que le comenté que seguramente así se lo chupaba al idiota de su marido. Todo el tiempo la tuve tomada del cabello y cuando sentí que estaba a punto de venirme, con las dos manos dejé su cabeza apretada contra mi verga para que no pudiera separarse al tiempo que le ordenaba tragarse todo el semen que salía en grandes chorros de mi miembro; Guadalupe no tuvo otra que obedecer, pues le fue imposible apartarse de mi verga.

Saqué mi verga chorreante de su boca y le ordené que me la limpiara con la lengua; ella lo hizo sin chistar. Luego me alejé un poco y contemplé a Guadalupe; ella sollozaba en silencio y con la voz entrecortada me preguntó porque le hacía eso; yo le contesté que lo sabría a su debido tiempo; que aún no era hora de decírselo y que no preguntara más porque no le iba a responder.

Me acerqué de nuevo a Guadalupe; le indiqué que si gritaba no importaba, pues nadie la escucharía y me excitaría aún más; para ese momento me di cuenta de que yo había olvidado fingir la voz, por lo que tal vez ella ya supiera quien era su captor. Pensé que con los planes que tenía para ella, no importaba que supiera quien era y continué con mi plan.

Tomé las pinzas con cadena que había dejado entre sus piernas y las abrí; coloqué una en cada pezón de ella, mientras vi como se mordía los labios para no gritar; después, tomé una de las pinzas sueltas y la abrí; con una mano separé los labios que me impedían ver el clítoris y una vez que lo tuve a la vista, coloqué la pinza allí. Guadalupe no aguantó más y soltó un grito de dolor, seguido de una súplica de que se lo quitara: “¡Aaaahhh no, ayyy no por favor, quítalo por favor, duele; duele mucho, aaayyy!”. Yo le dije que eso me gustaba, que siguiera gritando porque me excitaba y era cierto, ya mi verga empezaba a levantarse excitada por su sufrimiento.

Tomé la cadenita que unía a las pinzas de los pezones y comencé a tirar hacia arriba, estirando los hermosos pechos de Guadalupe mientras ella suplicaba: ¡Yaaa, no por favor, ya no, por dios déjame, por lo que más quieras, ya no por favor! Sin soltar la cadena, puse mi otra mano en la nuca de Guadalupe; me incliné y coloqué mis labios en su boca, mi lengua exploró el interior de su boca mientras ella trataba de resistirse, pero no la dejé hacer nada, solo escuchaba sus quejidos lastimeros callados por mi boca en la suya.

Un rato después solté todo y me enderecé, le dije a Guadalupe que su boca sabía delicioso, y que no sería la última vez que la besaría; ella estaba en silencio muy quieta, creo que solo sollozaba, no dijo ni hizo nada.

Desaté los lazos que detenían el abdomen de Guadalupe contra la silla; le advertí que no tratara de hacer nada porque le iría muy mal y que afuera estaban mis amigos armados por si salía ella sola; le desaté los tobillos y la hice levantarse con las manos atadas atrás. La tomé de la cadena que unía sus pechos y le ordené seguirme, ella tuvo que obedecer, pues sus pezones se estiraban con los jalones que yo le daba; aunque se le dificultaba caminar por la pinza que tenía en el clítoris. La llevé hasta la mesa y allí tomé un consolador de pilas; le ordené a Guadalupe abrir la boca, cuando lo hizo, metí el consolados en ella; lo aseguré con cinta alrededor de su cabeza y luego lo encendí, el dildo empezó a vibrar mientras ella alegaba algo que no se entendía.

Luego hice a Guadalupe empinarse sobre un costado de la mesa y abrir las piernas; como ésta era una mesa hecha rústicamente con tablas sin lijar, era muy rasposa; Guadalupe intentó levantarse al sentir la madera, pero yo la detuve del cuello evitando que se moviera; le dije que no se levantara porque sería peor. Ella obedeció y se quedó muy quieta en la mesa.

Tomé otro consolador de la mesa, solo que éste tenía dos terminaciones: una para la panocha y otra para el culo; ambas terminaciones tenían una especie de puntas de goma que salían por todo alrededor de ellas; según tengo entendido eso lo hacen para proporcionar mayor placer a la persona que lo utiliza, pero mi objetivo era que Guadalupe sintiera más dolor por la penetración en seco. Así que coloqué el dildo en la entrada de su panocha y de su culo y empecé a empujar; al estar ella seca, era difícil meterlo; pues aparte de ser muy grande, ella lo rechazaba e intentaba enderezarse; como me era muy difícil sostenerla empinada y meter al mismo tiempo el dildo, me detuve un momento; me limpié el sudor de la frente y tomé un lazo de la mesa; tiré todo lo que quedaba encima, excepto una pistola que tomé y puse en la sien de Guadalupe; luego le dije que se levantara; le desaté las manos; la hice subirse en la mesa hincada; le ordené moverse al centro de la mesa y acostarse boca abajo, con los brazos y las piernas abiertos; ella obedeció a todo sin chistar, sintiendo el frío cañón de la pistola en su sien y teniendo todo el tiempo el vibrador encendido en su boca, por lo que tuvo que poner la cara de lado para que el dildo no chocara contra la mesa.

Advirtiéndole que la mataría si hacía cualquier movimiento extraño, dejé la pistola en el suelo sin hacer ruido; luego, sin perder tiempo, até cada uno de sus brazos abiertos a las patas de la mesa y seguí con las piernas, también las até abiertas a las otras patas de la mesa. Una vez que la tuve así, coloqué de nuevo el dildo en la entrada de su panocha y de su culo; empecé a empujar pero no entraba, por lo que tomé del suelo un tubo con lubricante y se lo puse a cada una de las puntas del consolador; luego, volví a colocarlo en posición y mientras con una mano le abría las nalgas, con la otra fui empujando el consolador; éste empezó a deslizarse con más facilidad en las cavidades de ella, aunque con cierta resistencia de su parte y con las consiguientes quejas por la molestia que le provocaban las puntas de goma.

Ya que el consolador estuvo adentro, lo encendí y empezó a vibrar; al mismo tiempo, empecé a meterlo y sacarlo de Guadalupe con fuerza, tratando de lastimarla lo más posible; ella se quejaba con el otro dildo en la boca, lo que hacía que no se escucharan sus gritos, solamente su quejidos. Empecé a decirle que yo sabía que eso le gustaba, que era una puta y que de seguro se acostaba con su jefe y por eso le iba bien; luego le dije que esto le pasaba por ser tan maldita con las personas a las que auditaba y que esperaba que le quedara como lección para ser más comprensiva.

Después de un rato de estar metiendo y sacando el dildo de los agujeros de ella, me di cuenta de que ya no hacía ruido y que se movía al mismo ritmo que yo usaba para entrar y salir; era evidente que ya le estaba gustando, así que decidí detenerme. Le dije: Se ve que te gusta puta, pero no te voy a dejar que goces, lo que quiero es que sufras. Diciendo esto, tomé la pistola y coloqué el cañón en la entrada de su panocha; corté cartucho y le dije: ¿Te imaginas como quedarías si aprieto el gatillo?. Me di cuenta de que sudó frío, se le crisparon las manos y apretó los dientes contra el dildo; estoy seguro que de inmediato se le bajó la excitación que había conseguido; tomé un trozo de cinta y aseguré la pistola para que no se cayera; la engañé diciéndole que si se movía, la pistola se dispararía sola; la dejé así, me puse el pantalón y salí a ver si ya había llegado mi amigo; él estaba en otro cuartucho jugando cartas con sus cómplices; me senté a platicar con ellos y les expliqué que todavía faltaba tiempo para acabar con el plan; que por esa noche había sido suficiente. Uno de ellos preguntó si podían disfrutar a la chica; le dije que esa noche no, que esperara al día siguiente y desquitaría todas sus ganas. Les indiqué que le dieran de comer una hora después y la volvieran a dejar como estaba; me fui a mi casa a dormir, al llegar encontré dormida a mi mujer; me dormí recordando lo que le había hecho ese día a Guadalupe.

Author: animalsex

3 thoughts on “La Auditora.

Leave a Reply

This site uses Akismet to reduce spam. Learn how your comment data is processed.