Una Fábula de tetas

Tetas

Relato enviado originalmente por Dark Saber el 17 de Mayo del 2001 a www.SexoServicio.com

Un cuento extraño y estúpido

En el pequeño poblado donde nací, no había mucha

gente, pero mi padre era el propietario de la mayoría

de los comercios de esta polvorienta y árida zona, yo

no conocí a mi madre, pero por los improperios que mi

señor progenitor exclamaba cada vez que le preguntaba

por ella, deduje que nos había abandonado, cosa que un

alma caritativa me confirmó tiempo después: mi madre

huyó con un amante llevándose una gran cantidad de

dinero que robo de nuestra casa, en fin, la vida a

veces es así.

Así, vivíamos en una hacienda muy amplia, que

funcionaba como gran almacén de las mercancías que

vendía mi padre, además existía una gran caballeriza,

no de caballos de gala o carrera, sino de carga, con

percherones y mulas que jalaban los carretones para

abastecer a otros pueblitos cercanos de productos

diversos, desde alimentos hasta herramientas para

labrar el campo. Paco, mi papá, estaba ya bastante

enfermo, una afección del corazón lo debilitaba

progresivamente, y él deseaba que me hiciera cargo de

todo lo más pronto posible, ya sentía la muerte muy

cercana.

Ya tenía yo 18 años, y sabía a la perfección el manejo

de los negocios de papá, aprendí a leer y hacer las

cuentas necesarias para que todo marchase de la mejor

forma y obtener las mejores ganancias. Yo era de

complexión muy obesa, un gordo descomunal y alto, para

ser un adolescente ya parecía de 30 años, por mi

excesiva gordura.

Fue entonces cuando llegó una pariente lejana de mi

padre, una gran señora con un carruaje de miedo, y con

sirvientes… que traían arrastrando a una salvaje,

una fiera indomable, era la hija de esta elegante

mujer. Se defendía como leona y soltaba golpes a

diestra y siniestra, pero los tres robustos criados ya

habían desarrollado habilidad para detenerla,

seguramente con el paso de los años estas peleas eran

frecuentes. Se llamaba Lidia,

era bellísima, alta, casi como yo, de piel blanca y

pómulos salientes, pelo negrísimo al igual que sus

ojos que lanzaban llamas de furia, una cintura tan

esbelta que parecía que se podría romper con el

esfuerzo de la lucha, la cadera amplia, redonda,

piernas musculosas y bien torneadas que se asomaban

por los restos de una larga falda de tela rasgada, y

unas nalgas poderosas chocaban entre ellas de manera

formidable al intentar liberarse de los sirvientes,

pero lo que me sorprendió fueron el par de tetas que

se cargaba, de campeonato, a pesar de su holgada blusa

estos senos parecían a punto de reventar la tela que

los aprisionaba, y la agitación de su respiración

provocaba un efecto alucinante de sube y baja de su

amplio escote, un profundo abismo se abría entre sus

pechos sudorosos, inevitablemente uno podría hundirse

irremediablemente. Sentí hervir la sangre ante esa

visión impactante. Mi padre y la pomposa señora

llevaron a la pantera custodiada por los tres férreos

guardias hasta una habitación y la encerraron, y los

embates de la chica no cesaron, cerrada con tres

cerrojos la puerta aún era golpeada con gran furia.

Pues esta lejana parentela de mi padre había venido

con el propósito de que Lidia se quedase encerrada en

este pueblucho, su madre ya no aguantaba los

escándalos de su hija en la ciudad, era una chica

salvaje e insaciable, había sostenido una relación con

un respetable hombre casado, y se había quedado

preñada a los quince años, dio a luz a un precioso

niño, pero la madre de Lidia había decidido que esta

era una pésima influencia para su hijo recién nacido,

por lo cuál sería dado a uno de los hermanos mayores

para que lo criara como hijo propio, adoptándolo en

secreto. Que mejor manera de separarlos que

arrastrando a esta tigresa a un alejado y poco

comunicado poblado. Además nuestra hacienda parecía

una fortaleza, al ser un almacén, debía estar

permanentemente vigilada, altos muros, perros que

acechaban por todos lados, sirvientes armados y con

buena paga para evitar algún robo planeado por ellos

mismos pero era una posibilidad remota, eran además

muy leales a la casa.

Esa tarde partió aquella mujer en su lujoso carruaje,

dejando a su hija en el eterno olvido, bajo nuestra

custodia, era el pago que debía mi padre a un favor

que aquella seca matrona le había otorgado en el

pasado. Esa misma noche papá cayó enfermo, mandé a dos

sirvientes por el médico de cabecera, pero en la

madrugada la casa de cubrió de luto. Todo parecía que

se complicaba y el cielo se caía sobre mi… la

llegada de la fiera, la muerte de papá, era como una

alucinación.

Todo se complicaba, mientras que sepultamos a Don

Paco, el que me cuidó totalmente solo, sin ayuda de

nadie, en casa Lidia se encargaba de darles una

palizas feroces a los sirvientes que le llevaban de

comer. Le compré ropa apropiada y larga, que cubriera

su tentadora anatomía, pero apenas se la dábamos nos

arrojaba por una pequeña ventana los jirones de los

vestidos y ropa interior que ni la mugre habían

conocido, en cambio tuvieron el delicado trato de las

uñas de Lidia.

Todos los día una anciana criada le acarreaba agua

caliente para que se bañara, la misma criada se

encargaba de peinarla y llevarle la comida, con ella

parecía que su fiereza se calmaba. Juan, uno de mis

más fieles colaboradores, se atrevió a entrar a su

habitacióna hurtadillas cuando ella se bañaba, de pie,

junto a una palangana, “Tía, pero que enorme culo

tienes”, le dijo el desafortunado Juan a Lidia. Fueron

necesarias cuarenta puntos de sutura en la cara de

Juanito, que nunca supo cómo una chica lo hizo perder

el conocimiento de un certero puñetazo en la mandíbula

y lo siguió golpeando hasta que llegué con cuatro de

mis ayudantes a rescatar a Juan. Su cuerpo desnudo y

mojado era el de una diosa, de una estatua griega,

blanco como el marfil, firme como la roca, no parecía

el de una chica que recién había sido madre, lo único

que sí la delataba era los melones que tenía por

pechos, enormes y rebosantes, que por cierto con el

paso de los días parecían hincharse más y más, como

odres a punto de explotar, con la piel brillante y los

pezones puntiagudos. Rabiosa y violenta me grito:

“¡¡Cerdo gordo y asqueroso, lárgate con tus perros!!”,

y me arrojó al rostro un jarrón en el que se le servía

el agua, por poco y no lo esquivo, ya acuestas con

Juan, salimos huyendo de los golpes de esa desnuda

diosa guerrera.

Había un extraño fenómeno en el cuerpo de Lidia, sus

carnes se volvieron más firmes con la maternidad,

flexible como una caña, pero sus pechos no habían

dejado de producir leche, a pesar de que ya tenía más

de un mes que no amamantaba a su arrebatado y lejano

vástago. Y el líquido se estaba acumulando haciendo

que sus tetas sufrieran un desmedido crecimiento. Por

fin había aceptado la ropa que le mandé, y en su blusa

especialmente confeccionada para la gran talla

pectoral, se podían mirar dos manchones húmedos de la

leche que manaba de sus pezones, la tela revelaba la

magnitud del problema: era necesario drenar el exceso

de leche, ¿pero cómo hacerlo?. Lidia se negaba a que

el doctor la examinara, y por cierto el señor doctor

no iba a arriesgarse a recibir una tanda de golpes de

parte de esta exuberante amazona. Aunque era muy

extraño, al no tener un bebé sea amamantado

regularmente, por lo general los pechos dejan de

producir leche, y vuelven a su tamaño y estado

natural. Y debía producirle una molestia muy grande a

mi salvaje, pues acabando de marcharse el doctor,

antes de que yo saliera de la habitación, advertí una

lágrima que resbalaba por la mejilla de ella, cruzando

su fina piel de melocotón, y cayendo hacia el escote

de la blusa, resbalando en la parte superior de su

pecho izquierdo, esa gota temblorosa, por fin se

perdió en la profundidad de su carnes.

Al dirigirme a la puerta, busqué las llaves para

cerrar la puerta de esta improvisada celda, pero las

había olvidado sobre un buró al lado de la cama de mi

bella huésped, al voltear a buscarlas, ya Lidia se

secaba las lágrimas y una sonrisa maligna asomaba por

sus grueso labios, tenía entre sus dedos las llaves…

yo reaccioné e intenté corre para salir de inmediato,

pero por mi gordura ella se desplazó más rápidamente,

y de un puntapié cerró la pesada puerta de madera,

demostrando una vez mas su gran fuerza. Recargó su

gran cadera en el picaporte, y después usó la llave

para encerrarme junto con ella, sonreía muy pícara,

como divirtiéndose con el terror que tenía yo en la

cara, me angustiaba la idea de que no sería capaz de

vencer la brutalidad de esta belleza salvaje. Las

manchas mojadas de su blusa se habían extendido ya

bastante, y casi en su totalidad el frente de la

prenda se pegaba a su piel, y se transparentaban las

aureolas rosadas y sus pezones, grandes, soberbios y

firmes.

Guardó las llaves en una de las bolsas de su

larguísimo faldón, y se fue aproximando hacia donde

estaba yo arrinconado, me temblaban las piernas del

miedo, ya veía sus puños sobre mi cara, y su bello

rostro volvió a mostrar una mueca de molestia,

rascándose los senos, repentinamente su cara se

iluminó como cuando una gran idea aparece en la mente,

lanzó sus manos a mi chaqueta y sujetándome

bruscamente me arrojó sobre la cama, la cual crujió

macabramente bajo mi monstruoso peso, y punto seguido,

Lidia prácticamente voló encima de mí, aprisionándome

con sus piernas. Agitada por el esfuerzo de haber

movido una masa corpulenta como la mía, con ambas

manos rompió su blusa y liberó dos globos titánicos,

dignos de una escena de un gran desbordamiento, me

miró y despectivamente me habló de forma ruda “Anda

idiota, ahora me vas a ayudar, ¡¡chupa anda, chupa!!”,

y su pezón me rozó la mejilla, buscando mi boca,

dejando un rastro de tibio líquido, sorprendido no

reaccionaba, a lo que ella se exasperó y gritó “¡Mira

pedazo de cerdo, si no chupas con toda tu fuerza te

voy a golpear tanto que no saldrás caminando!”, ante

su amenaza, no tuve mas remedio que atrapar con boca

esta teta increíble, y succionar, salió la leche, con

un sabor un poco agrio, pero resultaba exquisito, con

mis dos manos sostenía el melón más grande que jamás

se halla visto en mujer alguna, hasta recordé cuando

mis peones ordeñaban a las vacas del establillo junto

a las caballerizas. De reojo pude darme cuenta de que

Lidia cerraba sus ojos con un gesto de alivio y

satisfacción, sus dolores estaban desapareciendo,

conforme su pecho se vaciaba al mismo tiempo que yo

mamaba, el sudor de su cuerpo escurría por sus tetas y

se mezclaba con la leche que bebía, dándole un gusto

algo salado, ya me sentía satisfecho, pero no parecía

que ese caudal lácteo fuese a terminarse pronto, mi

estómago ya se había llenado, y comenzaba a dolerme,

ella me pegaba con su puño en la cabeza para que

siguiera con la succión, su pecho se apretaba contra

mi cara y a veces casi me ahogaba, ya no podía más, me

estaba usando como un recipiente donde podría

descargar sus tremendos senos. Parecía un tormento de

la inquisición, en el que a los presos se les ponía un

embudo en la boca, para llenarlos de agua hasta que

reventaran, pero en este caso eran litros de leche los

que me inundaban… ya había terminado, ya no salía

más de su pezón, rojo por la irritación que mis labios

le habían dado, suspiré profundamente, e intenté

levantarme, a lo que mi captora sonriendo

maliciosamente agregó: “¿A dónde piensas ir pedazo de

zoquete?… te falta el pecho izquierdo”.

Dos horas después, tambaleándome, salí casi medio

muerto de ese cuarto de torturas, mientras Lidia,

recargada en el umbral, me lanzó un tierno beso.

Sentía que estaba a punto de estallar, que mi cuerpo

era un globo abotagado, y tenía la sensación que iba a

comenzar a salirme la leche por los oídos, por la

nariz, si iba al baño seguramente un chorro de leche

en lugar de orina aparecería, los ojos los tenía casi

salidos, las mejillas de pronto se me llenaban de la

leche que mi estómago sacaba hacía arriba, pero no

podía vomitar, babeaba abundantemente, estaba

prácticamente seguro que haría una gran explosión si

hacía un poco de esfuerzo, el que fuese, y la verdad

es que no deseaba morir aún.

Los dos días siguientes, no pude comer absolutamente

nada, había sido tanto lo que bebí, que no me dio

hambre, y tuve que hacer un gran esfuerzo para salir a

despachar los pendientes de las ventas. No había visto

en ese lapso a esa terrible chica, que se aprovechaba

de la debilidad de otros para desahogar sus… sus

penas. Transcurrieron otros dos días para que la

volviera a ver, pero algo había cambiado, ya no estaba

malhumorada, hasta tarareaba una cancioncilla, su

blusa ya no estaba mojada, y ayudaba a mi anciana

sirvienta a algunas de las labores de la hacienda, era

algo sorprendente, y a la distancia me seguía lanzando

besos, con una sonrisa que yo no podía catalogar si

era dulce o siniestra.

La noche siguiente, al pasar por su habitación, abrió

la puerta y dijo “Miguel, por favor ven rápido”, con

cierta desconfianza, por su amabilidad, entré al

cuarto, y Lidia me llevó a una silla que se hallaba en

uno de los extremos. Ya sentado, la chica se despojó

de la chalina que le cubría los hombros y el torso, y

tenía puesta una blusa azul, con un gran escote que

apretaba sus melones rosados y que parecían a punto de

salirse por encima del borde, rematado con dos

exagerados botones en la parte superior… “Miguel,

mira que la he cosido yo misma”, y le respondí que su

labor era muy buena. La muchacha reía de buena gana, y

de pronto desabrochó los dos botones de la blusa, y el

cuadro de tela cayó, ambas tetas saltaron hacia el

frente, rebotando por el repentino impulso, otra vez

infladas a su máxima capacidad. “Mira chico que esta

vez sea por las buenas, ¡¡anda chupa!!”. Y en la silla

de nueva cuenta se sentó encima de mi. Y después de mi

terapia pectoral, regrese casi a rastras,

completamente atiborrado y salpicado de leche,

prácticamente molido llegué penosamente a mis

aposentos.

La terrible chica diseñó inverosímil cantidad y

variedad de prendas, todas destinadas a liberar de

manera rápida y sorprendente sus bellos pero a la vez

monstruosos pechos que nunca paraban de manar litros y

litros de néctar blanco, broches, botones, listones,

todos ellos adaptados para que ella apretara mi cara

entre sus senos. Era una especie de maquinaria que

repentinamente comenzó a ser algo placentera, el

espectáculo de ese par de montañas descomunales hacía

que sufriera unas erecciones de proporciones épicas.

Incluso en la oficina donde despachaba los encargos de

ventas y giraba las instrucciones a mis peones, hubo

escenas increíbles: al estar firmando una autorización

para la compra de tres mulas nuevas, sentí unas

intensas cosquillas en mi oreja izquierda, “Una mosca

quizá” pensé, pero el pequeño mozo que esperaba la

hoja firmada tenía una expresión de terror, y asustado

giré poco a poco la cara, y lo que acariciaba momentos

antes mi lóbulo no era una mosca, era un endurecido y

erecto pezón, que me apuntaba directamente como un

cañón. Con un desparpajo inaudito, Lidia miró con

fiereza al mozo, tomó la nota firmada y se la arrojó

al niño, “Anda lárgate mocoso, estorbas aquí”, al

tiempo que me rodeaba, colocándose detrás de mi,

recargando sus pesados pechos en mi cabeza… en menos

de tres segundos había desaparecido mi joven ayudante.

Nada la detenía ya, ni la intimidaba la presencia de

mis empleados, “Mira mi niño, es hora de que te

alimentes, prueba lo que te traje”… efectivamente,

me llevó dos poderosas razones de gran peso y volumen

para que las vaciara.

No tenía tiempo de reponerme, esto sucedía por lo

general cada cuatro días, pero los lapsos comenzaron a

acortarse, de pronto era cada tercer día, luego dos, y

finalmente los incidentes era pan (más bien leche) de

todos los días. No era necesario que yo comiera, sus

descargas eran suficientes para no ingerir otra cosa,

lo sorprendente del caso, es que comencé a bajar de

peso, sorpresivamente perdía kilos, y mi ropa

comenzaba a quedarme holgada, mientras mi sirvienta se

aburría en la cocina, sin preparar desde hacía varios

meses ningún platillo para mi mesa, ya las cacerolas

estaban repletas de telarañas y uno que otro

ratoncillo. De todas formas seguía con la extraña

sensación de reventar cada vez que la bella Lidia

tenía la imperiosa necesidad de aliviar sus odres de

la pesada carga que se alojaba en ellos cada vez con

mayor frecuencia, al parecer el remedio fue peor, sus

pechos no solo no dejaron de hacer leche, sino que

incrementaron su capacidad. Lidia por su parte

necesitaba consumir más alimentos, su cuerpo esbelto

transformaba casi todo lo que consumía en más lactosa,

la cual por supuesto yo debía tragar.

Claro que debía agradecerle, mi gordura fue

desapareciendo, y la actividad derivada de las

ocupaciones de la hacienda y de las ventas me

proporcionaban un buen ejercicio, mi cuerpo comenzó a

tomar una buena forma… y además se sumó otro tipo de

ejercicio. La noche llegó, y una luna llena brillante

iluminaba intensamente el patio de la hacienda,

recorrí el pasillo que conducía a las caballerizas, y

de pronto un gran tirón me jaló al interior de una de

las estancias de forraje… era Lidia, ya imaginaba lo

que a continuación tenía que hacer, por lo que me

dispuse a ser yo mismo el que le desabrocharía su

ajustada blusa, cosa que hice en un santiamén, un

brochecito estratégicamente colocado al frente era

suficiente para que sus tetas salieran disparadas,

rebotando pesadamente hacia delante y atrás ante su

fuerza, incluso hacían un sonido especialmente sensual

al golpearse entre ellas. Lidia acababa de cumplir los

19, y yo 20 años, y ya todo era diferente, mi

complexión más delgado, ella bronceada por el sol

inclemente de estas regiones… volviendo a la acción,

me asió por el cuello y comenzó a besarme, de manera

delicada, la boca, el cuello, las orejas, por supuesto

que al acercarse y abrazarme, también rodearon mi

cuerpo ese par de balones ahora con un ligero color

dorado… y lentamente dejó caer su faldón, estaba

completamente desnuda, imponente, su figura parecía

forjada en el crisol de las tentaciones, soltó su

largo cabello, azabache, perfumado, sus muslos firmes,

durísimos, los músculos de su vientre se marcaban al

vaivén de sus movimientos, mis manos se deslizaron

hasta las redondas nalgas, un verdadero prodigio de la

naturaleza, tersas como un durazno, las caderas de

Lidia estaban creadas para ser sujetadas como las asas

de una olla. Con movimientos ágiles esta mujer me

desnudaba, y en una maniobra imprevista, me arrodillé

ante su vientre, mordisqueándole su ombligo, tan

cerrado como una rendija, jugando con las

contracciones que se veían en su estómago, ella reía:

“Caramba que me haces cosquillas Miguel”, mis manos se

movían de su vientre a las nalgas, de las nalgas hacia

las piernas, a su coño casi lampiño… una gota de

leche se aproximaba lentamente a su ombligo, Lidia

había presionado un poco un pecho, y un hilillo de su

preciada y abundante leche bajaba por la gran

curvatura inferior del pecho, y haciendo un sendero

sinuoso hasta concentrarse en una gota mayor a un lado

del citado ombliguito, dejé que siguiera acumulándose

una gota de tamaño regular, que de pronto descendió

hasta el monte de venus, alojándose entre los labios

vulvares de Lidia, entonces la hora de la cena había

llegado… Mi lengua feroz se abalanzó como en un

combate sobre su linda vagina, chupando, entrando a su

dulce hendidura, tocando suavemente su clítoris

hinchado, fluía su interior a la par de la excitación

de Lidia, que acariciaba mis cabellos y alternadamente

presionaba más mi cara contra su entrepierna, la hice

girar y ahora devoraba sus esféricas nalgas, mi nariz

exploraba la depresión naciente de aquel trasero

monumental, ella comenzó a inclinarse, y se apoyó en

una puertecilla de los depósitos del forraje, mi pene

estaba punto máximo de una increíble erección, me

levanté, y tomé su cadera, haciendo presión y

penetrando hasta donde más me fue posible, estrecha,

me apretaba en su interior, la respiración de los dos

fue perdiendo su ritmo, a diferencia de los

movimientos que ejecutábamos coordinadamente, era una

fábula de placer, sudábamos a chorros, y Lidia se tiró

de improviso hacia atrás, con lo que perdí equilibrio

y caí a su vez, esto hizo que la penetración

experimentara una sensación más intensa, aunque me

sacó el aire de los pulmones, ya en el suelo, ella

giró sobre mi sin sacar mi pene de su vagina, y ese

roce provocó un intenso placer en ella, y chorreó

abundantemente líquidos vaginales sobre mi vientre,

con una cadencia mas apretada, Lidia se quejaba, pero

de placer, su boca abierta y sus ojos entrecerrados,

sus contracciones internas eran una demostración de su

satisfacción, no dejaba de moverse rítmicamente, y sus

tetas se balaceaban, chocaban, se agitaban adquiriendo

un color rojo intenso, podía percibir la sensación de

sus labios vaginales completamente hinchados, y

eyaculé, era una explosión, me elevé, mi cuerpo se

aflojaba, un zumbido en mis oídos apareció, me extendí

como un gato, todas las sensaciones se habían elevado

a la décima potencia, mientras Lidia se acariciaba el

vientre y se lamía los dedos de la mano derecha. Se

safó de mi, y se tiró a mi lado, abrazándome, y yo le

besaba sus labios, exhausto, enseguida hablamos de

nosotros, de los juegos de niños, de las travesuras,

ella me contaba de sus clases en una escuela de

monjas, de los severos castigos a los que las alumnas

era sometidas por faltas mínimas, era una noche

inolvidable, sin darnos cuenta, nos quedamos dormidos.

Amanecí en mi habitación, ¿me habrían llevado los

mozos?, mhh, extenuado, me revolví entre las sábanas,

e hizo su aparición triunfal mi Lidia, vestida como

una de las sirvientas, de negro y un mandil blanco con

encajes, la muy canalla se había desabrochado el

escote hasta la cintura, sosteniendo una charola de

plata… con el desayuno: uno de sus generosos pechos

reposaban en la pulida superficie de la charola, con

un reflejo más que tentador, la aureola se hallaban

cubierta con una capa de miel, que comenzaba a

resbalarse. “¿Quiere el señor el desayuno en la cama?,

antes de que se enfríe”, y la miel desapareció en dos

por tres.

Lidia nunca dejó de ser imperiosa, y yo cumplía sus

caprichos a la hora que fuera, en el lugar que fuera

también. Su mal carácter con los demás seguía

inmutable, una vez que mi bella compañera salió con mi

sirvienta a comprar tela para sus diseños de prendas,

el gobernador del poblado, que era un viejo verde y

con aires de conquistador, se atrevió a acariciarle

una nalga, el bofetón que recibió retumbó por toda la

calle principal del pueblo, y los sorprendidos

transeúntes corrían para ponerse a resguardo de la

furia de esa chica salvaje que era Lidia, nunca más

nadie trató de propasarse.

Vivimos felices, aun no planeamos matrimonio ni hijos,

pero ha surgido una leyenda en este pueblo: “La

tremenda vaca del joven Miguel”.

Próximamente la segunda parte

 

Author: CuentosCachondos

4 thoughts on “Una Fábula de tetas

  1. Una vez mi amiga de la escuela me hizo una paja ella nunca había visto un semen, ella creía que los hombres tiraban un líquido blanco y por eso le decían leche, realize para su clase de ciencia yo colabore y cuando eyaculel le cayó en la cara y su vestido , no le agrado pero salio de dudas

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