-¿Te sientes bien? â??me pregunta Ninette al tiempo que me ajusta fuertemente el corsé tras mi espalda.
-Me muero de frío â??le respondo temblando.
-Y todavía la temperatura bajará un par de grados más. Así es acáâ?ŠListo. Quedaste preciosa.
Evitando mi imagen en el espejo del tocador, un tanto asqueada, me acerco hasta el ventanal. Afuera ha comenzado a nevar y un repentino escalofrío recorre mi espalda. Desearía que esta noche pasara en un instante, o mejor, que nunca ocurriera, que de improviso, en un inesperado cambio de escena, Ninette y yo apareciéramos en un lugar distinto, uno muy lejos de aquíâ?Š
En eso, sin que me haya dado cuenta, noto que ella se ha puesto detrás de mí y me abraza ofreciéndome un poco de su calor y entonces me giro quedando frente a ella y la aprieto fuertemente casi hundiéndome contra su cuerpo, todavía temblando, confesándole que no es solo por el frío, que me siento mal, que no deje de abrazarme, que todo esto me da náuseas, que la necesito así, cerca de mí, más que nunca.
-Escapémonos ahora mismo â??me propone como en un impulso.
Le respondo que aun no, que no sería una buena idea, que no llegaríamos muy lejos, que mejor sigamos con lo planeado, que en un par de horas ya estaremos a bordo del tren que nos sacará de esta ciudad, juntas y a salvo. Entonces todo habrá terminado.
-¡Qué conmovedor! Si parecen unas adorables pichoncitas ¡¡Sepárense de inmediato par de degeneradas!!…
Asustadas nos quedamos mirando hacia la entrada de la habitación, desde donde provienen los roncos gritos de la vieja dueña de este prostíbulo. Nos hace gestos con los brazos al mismo tiempo que trata de tomar aire para seguir insultándonos. La imagen es repugnante. Su cuerpo gelatinoso se estremece por completo con cada sacudida. Más de doscientos kilos de grasa a punto de desbordarse por toda la habitación.
-¡Putas y lesbianas! â??continúa gritándonos con su cara toda morada, casi a punto de un colapso lipídico, desplazándose aceitosa y trabajosamente, como si fuera la versión femenina de Jabba the hutt, hasta quedar enfrente nuestro- ¡¿Qué creen que pensarían mis clientes si se llegaran a enterar?! ¡Nunca debí aceptarlas en parte de pago! ¡Me van a arruinar! ¡Meâ?Š!
-¿Por qué no se calla, vieja imbécil?…
En una fracción de segundo tengo su mano tirándome del cabello, arrastrándome hacia la cama, mientras con la otra le da una bofetada a Ninette que trata de ayudarme. Que ninguna de nosotras la va a tratar de ese modo, que qué es lo que me he creído, que ella me va a enseñar a respetarla y que si no me golpea ahora es solo porque no quiere dejar marcada la mercadería antes que la estrene su cliente. Entonces me tira del pelo hacia atrás, asegurándose de que la miro de frente, preguntándome si es que entendí, pero no le respondo y eso la exaspera y vuelve a tironearme esta vez lanzándome sobre la cama, jurándome que se las voy a pagar apenas me desocupe, que por ahora me quiere ver bajando la escalera en cinco minutos, que el cliente me está esperando y que por mi bien lo trate como si fuera un rey, que es un cliente muy especial y no quiere tener quejas, que debo hacer todo lo que él me pidaâ?Š
-Cinco minutos â??me vuelve a decir- ni uno más o ya sabrásâ?Š
La oigo desde la cama, con las manos sobre mi cabeza, tratando de ocultar mi rostro para no darle el gusto de verme llorar. Me duele un montón. Ninette me susurra que ya puedo levantarme, que se ha ido. Toda adolorida logro enderezarme, sentarme, entonces puedo ver que Ninette sangra un poco desde su boca.
-Perdona, pero te juro que no lo pude evitar â??le digo limpiando su herida con un beso- Debo aprender a controlar mi genioâ?Š
-No te preocupes â??me contesta apoyando su frente sobre la mía- Yo habría hecho lo mismoâ?Š
-Te quiero.
-No más que yoâ?Š
Todo está listo. Ninette ha retocado mi maquillaje y mi peinado. El corsé y el portaligas están en su lugar, al igual que mis zapatos, unos de tacos tan altos que caminar se me vuelve toda una acrobacia. Despacio. Antes de salir de la habitación le pido a Ninette que recuerde la daga. Y con un beso salgo tomándome del pasamano de la escala, con el estómago hecho un nudo, sintiéndome enferma, esperando un momento antes de comenzar a bajarâ?Š
Sin mirar a nadie, entre silbidos y piropos de mal gusto, pensando en que en cualquier momento me caigo, desciendo hasta donde está la vieja, esperándome, oliendo a perfume vencido hace meses o quizás a desinfectante, asqueroso de todas maneras. Una vez abajo me toma bruscamente de un brazo y me lleva, tirándome, hacia el final de la sala. En el camino le digo que me suelte, que me está lastimando, pero no me hace el menor caso. Entonces trato de zafarme, soltarme de su mano y ella, la muy idiota, disimulando, me da un pellizco y me aprieta más fuerte, tanto que me hace dar un pequeño grito. Que rabia. Ojalá se muriera ahora mismo. O quedara en estado vegetal, sí, ahora, de improviso.
-¿Necesitas ayuda? â??me pregunta un chico que acaba de ponerse a nuestro lado.
-Ella está bien ¿Cierto mi niña? â??se apresura en contestar la vieja hipócrita mientras me lanza una feroz mirada.
-â?ŠSíâ?Šgracias â??respondo mordiéndome los labios.
-Cualquier cosa me lo dices ¿ok? Me llamo Pablo.
Y la gorda me vuelve a tironear, volviendo a arrastrarme. Y me quedo mirando un segundo a Pablo, pensando en si hubiera alguna forma en que nos pudiera ayudar a Ninette y a mí.
-¿No piensa que a esta chica le falta algo de carne?
No lo puedo creer. Esto no puede ponerse peor. Ante mí tengo al tipo más repelente que he visto en mi vida, algo así como una especie de luchador de sumo que además tiene problemas de sobre-sobrepeso. Empapado por el sudor, fumando un puro y con restos de comida en su grueso bigote. Un obeso mafioso pasado a pasta siciliana. Que asco. Y él es el clienteâ?Š y tengo que subir con élâ?ŠSe coloca un poco más cerca de mí. Me revisa por completo. Sigue pensando en que debería tener unos cuantos kilos más, como las mujeres de su pueblo, aquellas verdaderas mujeres. Entonces, cuando creo que me va a cambiar, la vieja se pone a decir que es la nueva tendencia, que no se puede quedar en el pasado, que no se va a lamentar, que yo lo voy a atender muy bien, además que es mi primer cliente, por eso me había reservado para él. Y, claro, lo convence y no me queda más que acompañarlo, mientras cruje la escalera a cada pesado paso que da, a una de las habitaciones del segundo piso.
Una vez adentro, cerrando la puerta tras de él, trata de darme un beso, pero lo esquivo apartándome de él. Lo intenta de nuevo, esta vez agarrándome con más fuerza. Le pido que no sea tan impaciente, que porque no se recuesta sobre la cama. Me pregunta que es lo que me pasa, que quién me creo y me toma y me acerca hasta él y me resisto con todas mis fuerzas. Entonces comienza a gritar, que soy una perra y que él ha pagado por mí, que tengo que hacer lo que el me pidaâ?ŠY se baja los pantalones, ahí mismo en la entrada, y me muestra su pene tomándome del pelo, diciéndome que tengo que ponerlo en mi boca, llevándome, cogida del pelo hacia abajo, hasta él, hasta que roza mis labios y giro mi rostro hacia un lado gritándole que nunca. Y él insiste, que entonces voy a tener que hacerlo a la fuerza, y lo pone nuevamente sobre mis labios, recorriendo mi boca, y yo vuelvo a girarme y eso le molesta tanto que me levanta y al momento me da una bofetada que me lanza al piso, dejándome tumbada, tosiendo, con náuseas. Luego tomándome como si fuera una muñeca, me lanza sobre la cama sujetándome de los brazos, poniendo su gelatinoso cuerpo sobre mí, mirándome furiosamente. Entonces, como en picada, me da un beso y se queda así con su repugnante boca pegada a la mía, sudando, jadeando por el esfuerzo, clavándome sus bigotes. Y yo apretando mis labios, evitando que su lengua entre, moviendo mi cabeza a uno y otro lado, tratando de salirme, pero no puedo, es muy superior a mis fuerzas y no me queda más que rogar que Ninette se haya acordado de la dagaâ?ŠEn eso siento como el monstruo coloca su miembro en la entrada de mi vagina gritándome que se va a asegurar que me duela mucho, tanto que terminaré suplicándole perdón. Entonces comienza a entrarâ?Š
El dolor es insoportable. Siento como su miembro entra y sale ásperamente, abriéndose paso brutalmente dentro de mi sexo, sintiendo que me parte en dos, al tiempo que sus gruesas gotas de sudor caen sobre mi rostro mezclándose con mis lágrimasâ?ŠDe pronto, en una de sus embestidas, su miembro queda afuera y él en un intento de acomodar su pene y volver a penetrarme, deja libre uno de mis brazos, momento que aprovecho para, con mi mano libre, buscar bajo la almohada la daga que se encuentra debajo de ella gracias a Ninette. Ya en mi poder, y de una vez, se la atravieso al imbécil en el cuello, de lado a lado, sin que pueda decir ni una palabra. Su rostro se desfigura. Abre los ojos haciendo una mueca de horror y cae sobre mí haciendo gárgaras con su sangre, aplastándome. Temblando de miedo y de asco, sin atreverme a mirarlo de frente, lo hago a un lado y me voy rápidamente hasta la pared, toda manchada de sangre, y doy dos golpes sobre ella, señal que espera Ninette en el cuarto de al lado.
Voy detrás de ella. Hemos escapado por el ventanal y nos deslizamos por el techo cubierto de nieve que nos llevará hasta el callejón por donde huiremos hacia la estación de trenes. Apenas evitando resbalar hemos llegado hasta la cornisa. De aquí solo nos queda un salto hasta la calle. En ese momento, detrás nuestro, oigo un grito que me paraliza de puro terror. Una de las chicas nos ha descubierto y grita hacia dentro del prostíbulo. Ninette, pálida, me da un rápido beso y ordenándome que no me detenga, que escapeâ?Š me empuja hacia delanteâ?Š
Desde acá abajo, desde el callejón, puedo ver como ella se devuelve y entra a través del mismo ventanal por donde habíamos salido. Y yo me quedo sentada en la oscuridad, sobre la escarcha, pensando en Ninette, en nuestra promesa de querernos para siempre, en lo mucho que la amoâ?ŠEntonces, secándome un poco las lágrimas, me pongo a caminar hacia la entrada del prostíbulo decidida a no dejarla sola, a quedarme junto a ella, no logrando recordar, en mi vida, una noche más fría que estaâ?Š
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