Conocí a Héctor cuando yo tenía 15 años. En ese entonces él era novio de mi tía y nos frecuentaba varias veces a la semana. Desde la primera vez que lo vi me gustó, y cuando fuimos a un balneario hice todo lo posible para verlo desnudo, al grado de que con un pretexto inverosímil me metí al vestidor rentado por la familia cuando se había ido a cambiar el traje de baño. Vi su pene pequeño y gordo, como un caramelo. El de inmediato me sacó de ahí, pero ninguno lo comentamos a los demás.
Se casó con mi tía hace dos años, justo cuando me enteré de que estaba embarazada de mi novio de 19 años, misma edad que la mía en ese entonces. Mi calentura me costó un bello bebé y una unión libre de pesadilla, sobre todo en lo sexual, porque mi pareja era eyaculador precoz. Apenas duramos seis meses juntos.
Hace un par de meses me mudé con mi abuela, donde viven precisamente mi tío Héctor y mi tía, de 33 y 32 años.
Fueron noches de intensas masturbaciones cuando los oía coger en la habitación de al lado, con gemidos y gemidos de mi tía, tan fuertes que me imaginaba que se la estaba cogiendo un súper hombre. Me compré un vibrador para acompañar sus largas sesiones de sexo y jadeos; me metía el vibrador hasta lo más profundo de mi vagina hambrienta, siempre pensando en que se trataba de el miembro de mi tío, queriendo ser yo la que estaba abajo de él.
Siempre ha sido muy cariñoso conmigo, me lleva revistas y dulces de toda clase, sin ir más allá de lo normal, pero hace poco lo descubrí mirándome las nalgas, lo que me hizo enloquecer como nunca lo había estado. Cuando a media semana mi tía salió de viaje durante dos días sabía que era mi oportunidad. Mi abuela fue a cenar con unas amigas y me apuré a dormir a mi bebé.
Llamé a mi tío con el pretexto de que se me había trabado la computadora, y mientras él la revisaba me senté en sus piernas. Lejos de lo que pensé, me aceptó, como si también hubiera estado esperando la ocasión. Me levantó la falda y metió su dedo índice en mi vagina. Con año y medio sin tener relaciones sexuales fue suficiente para que me arrancara un grito de placer. En un abrir y cerrar de ojos abrí la bragueta de su pantalón y le saque la verga, no de gran tamaño, pero sí dura y gruesa. La llevé a mi boca con ansiedad y me di el festín de mi vida lamiendo y besando su glande, ese caramelo que anhelaba tener en mi paladar desde hacía años. Devoré su pinga durante largo rato y de ella salió un chorro espeso de esperma, me abrí la blusa y lo esparcí por mis senos.
Eso fue todo, no me penetró, no se me montó, pero ya probé qué es lo que hace gritar a mi tía, que no se merece un miembro así para ella sola.