El Mephisto aparece discretamente al salir de una curva, como de improviso, en medio de estos estrechos y oscuros callejones cubiertos de piedra y adoquines. Es como si se quisiera que pasara desapercibido, apenas señalado por un breve anuncio de neón. Una antigua casa de dos pisos que esconde perfectamente su condición de sex-bar.
Adentro el ambiente se mantiene en constante penumbra. Todo huele a sexo y a tabaco. Al centro, iluminado por una débil luz verde esmeralda, han montado un gigantesco acuario donde se exhiben, por turnos y buceando desnudas, cada una de las chicas disponibles para esta noche. A su alrededor se encuentran una serie de mesas y sillones donde los espectadores son atendidos por unas atractivas chicas vestidas sensualmente de corsarias. Más atrás, hacia el final, esta el bar, en cuya amplia barra, apenas visible, me encuentro sentado yo.
-¿Vas a beber algo? â??me pregunta la chica pirata del bar.
-En realidad busco a Michelle â??le respondo mientras prendo un cigarrillo- ¿Sabes si está por acá?
-Podría preguntar.
-Graciasâ?Š
-Me llamo Bárbara.
-No me cabe la menor duda.
Antes que se vaya le pido una cerveza, demorándola un poco, como para disfrutarla un poco más. Le pregunto por ti, si es que son amigas, me responde que es nueva, que apenas sabe algunos nombres, pero que te ubica, que te avisa en seguida. Y se va rodeando el acuario hasta llegar a la escalera y perderse mientras la sube.
Mientras espero me dedico a observar a un grupo de japoneses que, un poco más allá, tienen tumbadas sobre la mesa a dos chicas desnudas, una de espaldas y otra boca abajo, con sus cuerpos cubiertos estratégicamente con sushi. Uno de ellos se entretiene en introducir, hasta que casi desaparecen, su par de palillos en el culo de una de ellas, mientras otro come directamente con su boca el sushi que está sobre el pubis de la otra y dos más de ellos se encargan de limpiar respectivamente los firmes y redondos pechos de la misma chica. El resto conversa animadamente mientras esperan sus turnos de ocupar sus niponas bocas en tan exótico manjar. Da envidia. Lo juro.
-¿Te interesa el menú oriental? â??me preguntas sonriendo, ya a mi lado, no sé en que momento.
-Mas bien me preguntaba quien lava los platos sucios.
-No cambias ¿verdad? ¿Cómo me encontraste?
-No fue difícil.
-¿Ximena?
-Te fuiste sin decirle a nadie.
-Me cansé del juego.
Te explico que es por esa razón que vengo a buscarte. Tienes que volver. Terminar. Que no seas ingenua, que no es un simple juego de rol, sino uno mil veces más peligroso, en el que, incluso, la desaparición de tu personaje pone en riesgo a tus propios compañerosâ?Š
-¿Recuerdas el pacto? â??te pregunto preocupado por que entiendas.
-¿Y tú? ¿Recuerdas el nuestro?
-No cambies el tema.
-Claro, te conviene. Tú fuiste el que se metió con Ximena.
-Te equivocas.
-Ella misma me lo confesóâ?Š
-Peor para ti.
Cómo decirte que todo fue un invento suyo, una trampa, que nunca debiste creerle, pero me callo. No es el momento. Ahora lo importante es convencerte que estamos en peligro, que ni siquiera imaginas con el tipo de personas con las que nos hemos metido y que por eso estoy acá para advertirterlo, para ponerte sobre aviso, aún tenemos tiempo, siempre y cuando dejes el papel de novia despechada que no te queda.
-¿Me creerías que se ha dado la orden de eliminarte? â??insisto.
-¿Sí? ¿Y quién?
-El Master. Hace dos noches.
-Ya. Y no me digas que Ximena se va a encargar de asesinarme.
-Noâ?Šme ofrecí yoâ?Š
Tu rostro cambia bruscamente de expresión, te has puesto pálida, casi transparente, más ahora que pongo el revólver sobre tus piernas aclarándote, eso si, que nunca podría ocuparlo contra ti, que sabía que te ibas a negar a volver y que por eso vine yo, para ayudarte a escapar, en realidad a escapar juntos porque desde ahora nos buscan a los dos. Sé que parece una mala película sobre fugitivos, de bajo presupuesto, una estrella y media, de esas que se estrenan directamente en video, pero no tienes opción ni tiempo, no te queda más que confiar en mí, sé exactamente de lo que hablo.
Hemos llegado a una de las habitaciones del segundo piso. Estás frente a mí, dándome la espalda, en silencio, confundida. De pronto te das vuelta y me pides que te abrace. Tu cuerpo está helado, temblando.
-No sé que pensar. Es ridículo â??dices apenas susurrando, con ese leve acento francés que terminó por enamorarme de ti.
-Por ahora nadie sabe que estamos aquí.
-Tengo que agradecérteloâ?Š
-Te ves muy bien vestida de chica pirataâ?Šre-al-men-te bien.
Me miras sonriendo. Hacía tiempo que no tenía tu cuerpo de esta manera, tan cerca, tan frágil. Pienso todo esto mientras te beso, mientras te resistes un poco para terminar cediendo, para dejarte tumbar sobre la cama dejando escapar unos pequeños gemidos, para ofrecerme tu sexo, sin sushi, claro, sabor a miel, como la chica de Manara, prácticamente depilado, suave, humectado por tu líquido y mi saliva, atacado por ligeros espasmos. Entonces me tomas del pelo llevándome hacia arriba, deslizándome sobre tu abdomen, pasando por encima de tus pequeños pechos hasta tu boca, hasta tus labios y me haces un lado, quedandome de espaldas, todavía besándote. Y te acomodas encima, dejándote penetrar lentamente, felinamente, autoembistiéndote cada vez más rápido hasta que, de un solo movimiento, girando, quedo ahora yo sobre ti, dejándote a horcajadas, tan en el borde que quedamos a punto de caer al suelo, entonces me abrazas fuerte, clavándome las uñas en mi espalda al momento que mi semen se derrama, sin control, a toda velocidad, dentro de tu vientre, casi como un disparo de revólver. I used to love her but I have to kill her. Simbólicamente, eso queda claro.
Una serie de gritos y ruidos que vienen confusamente desde el primer piso interrumpen bruscamente la conversación sobre nuestros planes de huida. Me levanto a toda prisa llevando el revólver en mi mano hasta la puerta que da al pasillo. Tú, inquieta, me sigues. Vas pegada a mi espalda, expectante. Entonces ya en el pasillo, inmóvil por la escena, veo a cuatro encapuchados que avanzan implacables por el corredor hacia nosotros. Más atrás, tumbada sobre el piso, cubierta de sangre, puedo distinguir el cuerpo de la chica del bar, Bárbara, dando sus últimos estertores. Ahora lo comprendo todo. Fui seguido todo este tiempo, yo mismo los guié hasta ti Michelle. Un grito tuyo, de espanto, detrás de mí, me hace reaccionar. Te empujo hacia adentro y comienzo a dispararâ?Š ¡Hijos de puta!… hasta vaciar todo el cargadorâ?Š
Pablocox@hotmail.com