Relato enviado originalmente por cornudosoy@yahoo.es el 18 de Octubre del 2000 a www.SexoServicio.com
Nos habíamos conocido por un anuncio que había puesto en una revista erótica. Buscaba una chica con carácter, que tuviera a bien ponerme los cuernos, humillarme recordándomelo constantemente y obligándome incluso, a llamar a sus amantes para que vinieran a casa a hacerme cornudo. Sé que esto es fuerte, pero desde que de pequeño pasé por las manos de una criada que hubo en casa y que me adiestró en el servicio a su exclusivo placer, no he podido sustraerme a la tentación de ser un sumiso cornudo de la mujer que amo. Me gusta sufrir por la mujer a la que quiero y entregarle a ella ese sufrimiento para que goce con él, a sus anchas.Durante nuestro carteo le confesé mis fantasías, los sucesos con la criada y mi vocación por ser su cornudo sumiso. Ella me dijo que de acuerdo, que por ella no había inconveniente siempre y cuando me atuviera a una serie de normas que ella establecía. Pero antes he de decir que por las fotos que me había enviado, Concha parecía una mujer/mujer, con unas tetas rotundas, erguidas, bamboleantes, túrgidas y con un cuerpo en forma de guitarra en el que sobresalían sus duros muslazos. Era de una belleza muy especial y sobre todo, muy segura de si misma, de un fuerte carácter, y de una gran inteligencia. Sabía lo que quería, eso se le transpiraba por la piel.
Me dijo que ella tendría libertad absolutamente para todo y que yo no tendría libertad absolutamente para nada. Ni para salir a comprar tabaco, sin su permiso. Ella no permitiría que yo mirara a una mujer por la calle, ni a que me masturbara y culminara en el orgasmo sin su permiso, mientras que ella podría follar con quien quisiera, donde quisiera, cuando quisiera y como quisiera. Esas eran sus premisas básicas que debería aceptar, antes de visitarla. Y acepté, claro.
El primer día que acudía a una cita con ella yo debería subir a su piso y llevarle un ramo de flores. Y a la hora prevista subí al tercer piso y me encontré con la puerta abierta. Entré y por el murmullo de voces que se oía supuse que se encontraba en la habitación del fondo. Entre en la habitación y me la encontré a horcajadas de un desconocido y cabalgándolo con una posesa. Me asusté y quise retroceder, pero ella me miró, se sacó la polla de su amante, la chupó, le dio un beso y le dijo a él que aguardara, que ahora regresaba y que no tardaría. Me cogió de la mano, me llevó a la cocina, se sentó sobre una silla, me dijo que me desnudara, me dobló sobre sus muslos y con una zapatilla, comenzó a azotarme el culo, mientras me decía muy enfada que no volviera jamás a interrumpirla mientras follaba con su amante. Que no se volviera a repetir, que antes de ir a casa debería llamar para que ella me diera el visto bueno sobre si podía regresar.
Yo le juré que así sería y ella prosiguió azotándome más suave pues se había dado cuenta que mi polla dura, erecta y dura, se rozaba contra sus muslos desnudos. Entonces paró, para evitar que me corriera allí mismo y se levantó brusca, se quitó las braguitas tipo tanga que lucia, me las puso a mí y me dio su primera orden. Noté que ella llevaba un perfume que no conocía y que me gustó mucho pues al mezclarse con su piel y con su sudor olía como a hembra en celo.
– Ve a mi habitación y pídele perdón a mi amante por haberlo interrumpido.
Y así lo hice. Luego volví a la cocina para recibir sus nuevas instrucciones. Quería que mientras que ella follaba con su amante, le limpiara la cocina, vestido con sus bragas. Y así, lo hice mientras de vez en cuando me asomaba a la puerta para mirar a su habitación y ver como encima de su amante, se lo follaba apasionada.
Cuando terminó con él, se despidió con un beso y me llamó a su habitación. Estaba sentada en la cama, con sus grandes y voluptuosas tetas apuntándome. Me arrodille entre sus muslos y escuché muy atento lo que me tenía que decir. Y esto era que a partir de aquel momento sería su cornudo sumiso, que no tendría ningún derecho sobre ella y que tendría que aceptar gustoso todo su poder sobre mí. Yo asentía con la cabeza. Ella siempre follaría con sus amantes en mi cama, para que luego, cuando yo me acostara para dormir, pasara la noche oliendo y sintiendo sobre mi piel los efluvios de su excitación de hembra en celo, satisfechos por un verdadero macho. Siempre que fuera a follar con su macho me lo anunciaría previamente con el perfume especial que ella usaba, precisamente el que yo le había ya olido antes, con objeto de que estuviera preparado. No utilizaría ningún otro perfume ni ninguna otra colonia, solo ese.
– Cuando me huelas el perfume sabrás que vas a ser cornudo, otra vez â??me advertía.
Ella me marcaría a fuego en el culo â??soy el cornudo de Conchaâ?, con objeto de que si alguna vez íbamos a una playa nudista todos pudieran conocer mi realidad. Sus amigas sabrían que yo era un cornudo sumiso y ella podría decírselo además a todo el que quisiera. Yo no podría mirar a otra mujer por la calle y de ocurrir tal cosa, ella me podría azotar el culo hasta que se sintiera calmada, porque según decía yo era suyo y ninguna otra mujer podría aparecer en mi vida, ni cruzarse conmigo por la calle. De ser así, me tendría que apartar para dejarla pasar por lo menos a dos metros de distancia de mí. En esto insistió mucho ya que decía que era muy celosa. Ella follaría con algún vecino del edificio para que todos supieran en el vecindario que era un cornudo. Igual obraría con algún compañero del trabajo, y con el mismo propósito. Con el fin de envilecerme y destruir mi autoestima, tendría que llevar siempre bajo el pantalón las braguitas que ella se quietara cada día. Y además tendría que depilarme los sobacos, las piernas, el pecho y mi polla, con el fin de sentirme más femenino, menos hombre, y que cuando todos los días procediera a depilarme, reconociera constantemente lo lógico y consecuente de que ella se ligara y follara a un verdadero macho.
– Machos que no gastan bragas ni se depilan como tú â??me concretó.
Me anunció también que llevaría un cinturón de castidad del que solo ella tendría la llave, y con el que permanecería puesto todo el día, excepto en los días de los cuernos en los que me libraría de él para que pudiera acariciarme, pero sin llegar al orgasmo sin su permiso. Las noches que no estuviera con su amante, debería dormir abrazado a ella para besarla con el cariño y la ternura de un novio, mimándola, acariciándola con suavidad, diciéndole cosas bonitas, tratándola con mimos, y lamiéndole todo el cuerpo con delicadeza, antes de pasar a su culo y a su coño.
– Tú me tratarás con el cariño de un novio enamorado y mi amante con la fuerza y pasión de un verdadero macho.
También me advirtió de que jamás podría tocarle las tetas, ni con mi boca ni con mis manos pues para mí eran una zona prohibida. Ella andaría siempre por casa con las tetas descubiertas para recordarme constantemente lo que me estaba prohibido, lo que acariciaban sus amantes con frenesí y que a mí me estaba vetado pues había optado por ser su cornudo sumiso. Así es que como la vería todos los días por casa con las tetas al aire, para que tuviera constantemente consciencia de que era un cornudo, que había una parte de ella que me estaba vetada y de que esa parte, sus hermosas tetas, estaban a la libre disposición de sus amantes que podrían por el contrario magrearlas, sobarlas, lamerlas y chuparlas a su santa voluntad.
– De hecho, me dejaré magrear las tetas en los autobuses públicos â??me advirtió-, para que te quede constancia de que lo que a ti te está prohibido, para todos los demás hombres es de uso público.
Decía que si por alguna circunstancia no podía resistirme a besarlas y chuparlas, antes de darme el permiso tendría que haberse corrido su amante sobre ellas con el fin de que mamara esa leche de sus tetas.
Cuando su amante la fuera a follar, yo me estiraría sobre la cama, y ella se pondría a cuatro patas sobre mí, ofreciéndole a él el culo para que pudiera así follarla a lo perro. Entonces me pintaría sobre la frente la palabra â??cornudoâ? para que ella pudiera leerla y excitarse mientras gozaba con la penetración por detrás. Así además, según me aclaró, nuestras caras estarían enfrentadas y mientras follaba con su amante, podría decirme lo cornudo que era, lo mucho que gozaba con esa enorme polla y lo feliz que la hacía su amante. Y además, podría ver sus tetas bamboleándose al compas de las embestidas de su macho, y seguir el ritmo de su gozada, oír claramente sus gritos de placer y ver en su cara reflejada el momento en el que se corría.
– Y cuando me corra te besaré en la boca para que sientas muy cerquita mis suspiros de placer y paladees mi saliva al gozar con un verdadero macho.
Yo le dije que sí a todo, asentí a cabezazos pues estaba deseando ser cuanto antes su cornudo sumiso. Y le dije que mi sumisión a ella era una demostración que yo quería hacerle de mi amor, de lo mucho que la amaba, pues quería verla gozar plenamente y ofrecerle mi humillación como cornudo, como una señal de mi entrega total y absoluta a ella. Ella me contestó que me entendía y que a mí también me amaba, pero que sabía diferenciar perfectamente sin ningún trauma el amor del sexo. Ella no me hubiera admitido nunca a su lado de no haberme entregado así a ella. De hecho era soltera y jamás se había casado porque siempre había buscado a un hombre que se entregara totalmente a ella, sin condiciones, sin límites, sin freno. Y que así fuera feliz.
* Esto es una fantasía claro, porque soy soltero, pero si alguna mujer quiere con conocerme, ya sabe: cornudosoy@yahoo.es
Me masturbe con este relato