Mi mi prima y yo siempre fuimos confidentes de nuestros juegos y calenturas que nos sucedian cuando empezabamos a chaquetear entre los dos nos ayudabamos Mi prima y yo
Mi prima y yo siempre compartimos todo desde chicos; los juegos, los secretos, y hasta a veces la habitación, cuando ella debía quedarse en casa porque los padres estaban de viaje.
Luego, al crecer, cada uno se casó, tuvo sus hijos y continuó su vida, aunque continuábamos frecuentándonos asiduamente.
Una vez, yo estaba solo en casa recién salido de la ducha, y llevaba puesto solo unos slips cuando sonó el timbre. Era Liliana, mi prima, que necesitaba unos libros.
Pasó, y como existía tanta confianza entre nosotros, ni siquiera se me ocurrió ponerme los pantalones. Comenzamos a charlar mientras bebíamos un whisky, y comencé a observarla con detenimiento; llevaba puesta una falda muy corta que dejaba ver todas sus largas piernas y parte de su bombacha, y una blusa ajustada que marcaba dos pechos impresionantes.
Sin poder evitarlo mi miembro comenzó a endurecerse, y yo a ruborizarme, pues no deseaba que se diera cuenta de tal situación, pero pese a mis esfuerzos lo notó inmediatamente.
Sin poder hacer nada, ella se puso a mi lado, metió su mano dentro del calzoncillo y sacó la pija, que ya estaba dura como un garrote, se la puso en la boca y comenzó a mamarla con una desesperación pocas veces igualada por ninguna mujer con la que yo hubiera estado.
Mientras hacía ésto se desvistió y comenzó a masturbarse con su mano derecha. Sentí que iba a explotar en cualquier momento y se lo dije, así que dejó inmediatamente de chuparme, se abrió los cachetes del culo y con mucha delicadeza se la enterró hasta el fondo, comenzando a balancearse espectacularmente, mientras gemía y gritaba como una perra en celo.
Cuando no aguanté más eyaculé dentro de su fenomenal culo, durante la eyaculada ella gritaba y me decía groserías, mientras yo le apachurraba la vulva para que tuviera un doble orgasmo
la saqué y se la puse por adelante, donde estuve bombeando un buen rato hasta que descargamos nuevamente juntos; quedamos ambos acostados en el sillón besándonos largamente sin decir una sola palabra, cómplices de nuestro nuevo e incontable secreto, y con la seguridad de una próxima cogida.
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