-Crece ¿ya? â??me grita furiosa Pamela mientras baja del auto dando un portazo.
-¿Qué es lo que te sucede conmigo? No entiendo porque me tratas así â??le contesto acercándome a ella sin entender Te juro que me duele.
– No entiendes ¿verdad Mila?
-¿Qué es lo que quieres que entienda?
-â?Š
-¿Tengo que adivinar? Te advierto que soy pésima para ello.
-â?ŠQue me gustas un montónâ?Šque estoy loca por tiâ?Šy que me da miedo, sí, porque sospecho que no sientes lo mismo hacia míâ?Š
Entonces me abraza fuerte, tan fuerte que me saca un quejido y me besa y me aprieta, tanto que lastima mis labios. Nunca la había visto así. Luego me suelta y se queda a un par de centímetros de mí, mirándome con sus enormes ojos todos húmedos, esperando que le diga algo. Pero no sé que decir. Me siento como una idiota. En blanco. Con un nudo que oprime dolorosamente mi garganta y con él, todo lo que podría decir. Ni siquiera decirle lo linda que se ve a la luz de la luna. Nada. No me sale la vozâ?ŠPamela se ha dado la vuelta y corre hacia uno de los autos que va saliendo, cruzándose por delante, obligándolo a detenerseâ?Šy se sube. Es el carro de la Rocío. Una vez ella me confesó que le atraía la Pame. Y se van y yo quedo sola, con rabia, con pena, todo al mismo tiempoâ?Š
Apenas me doy cuenta que la Natalia ha llegado hasta mí. Que como se me ocurre venir sola y más encima con esta mini tan escandalosamente corta, tan ajustada, que de suerte no me han dado un agarrón, que con mi cola dan ganas, incluso a ella. Me pregunta por Pamela. Le respondo que no sé, que por favor no me pregunte y me toma de la mano, que entonces bajemos, que está todo preparado, que cualquier cosa que haya pasado ella se encargará de hacer que lo olvide. No le contesto nada. No tengo ganas.
Bajando hacia la playa se puede ver, sobre la arena, una inmensa estrella de cinco puntas, delineada en base a lo que debe ser un complicado entramado de tubos de neón rojo hundido sobre la arena, rodeada de una serie de pequeñas fogatas en un efecto que me resulta impresionante.
-¿Qué te parece? â??me pregunta la Nata tomándome de la cintura.
-En extremo hollywoodense â??le respondo bromeando, tratando de zafarme de su brazo que ya casi roza mi cola- Se nota que estuviste involucrada.
-Antipáticaâ?Š
Ahora que estamos abajo el efecto se multiplica por mil. Es sobrecogedor. Una serie de personajes, todos vestidos de riguroso negro, bailan, ríen, beben, tiran, todo al ritmo de un extraño cántico celta de lo más oscuro que he oído hasta ahora. Falta nada más que aparezca Klaus Kinski y bese mi mano para que la escena sea perfecta. Vampiros en Veneciaâ?Š
No sé de donde, pero la Nata ha aparecido con un par de copas de vino tinto y me propone un brindis por esta noche. Ok., por el extraño mundo de Natalia Burtonâ?ŠEn eso me doy cuenta que una chica más allá, bastante linda, con un look de vampiresa que le queda muy sensual, no me quita la vista de encima. Le pregunto a mi amiga si es que la conoce. Me cuenta que recién esta noche, que es la amiga de una amiga, lo típico. No habla mucho, que es como extraña, como de familia disfuncional, pero que quizás se la tire, pero después de mí, claro.
-¿Me darías un beso? â??me propone acercando su rostro al mío, jurando que ese gesto, en ella, es de lo más sexy.
-Pero mi amorâ?Šrecuerda tu herpes â??le contesto haciéndome ligeramente hacia atrás.
-A veces te pones insoportable.
-Gracias.
Justo en ese momento un chico se acerca y me ofrece bailar con él. Natalia molesta se encarga de advertirle que no bailo con chicos. Pero ¿qué sabes tú?, le digo enfadada. Pero es que Milaâ?Šbueno allá túâ?Štonta.
-Así que te llamas Mila ¿verdad? â??me dice el chico mientras, ya en medio de la estrella, comenzamos a bailar- Vi que estabas en serios problemas con tu amiga, así que decidí, digamosâ?Š¿salvarte?
-Sí, justo a tiempo, gracias ¿Cómo te llamas tú?
-Angelo.
-¿De ahí vendrá tu vocación de ángel guardián?
-Quizás, pero soy uno de los oscuros.
-¿Y desde cuando me cuidas?…Mejor no me lo digas, me da miedoâ?Š
Me sonríe. Me cuenta que sus gustos van más bien por el lado de la música y la literatura, de esta última en especial la rusa. Mucho Dostoievski, Tolstoi y en general todos los clásicos. Seguimos así, conversando, todo lo que dura el tema, uno de Claire Voyant, exquisito, hasta que termina y quedamos abrazados en pleno centro de la estrella, como si fuésemos parte de un conjuro. Se lo comento y también lo agradable que fue bailar con él. Por su parte, me confiesa que dentro de lo poco que me pudo conocer, eso poco le ha gustado y me da su número telefónico. Le digo que me tengo que ir y le doy un beso, uno suave, en su mejilla, y me voy hasta donde está Natalia, sentada en la improvisada barra. Antes me doy vuelta un momento y veo que Angelo todavía está ahí. Le hago un gesto de adiós con mi mano y él me guiña un ojo. No puedo evitar sonreír.
Para mi sorpresa la Nata no está sola. Está acompañada por la extraña chica de hace un momento atrás. Ahora que la veo tan de cerca, su mirada me parece mil veces más fascinante, casi hipnótica. La Natalia un poco borracha, me la presenta. Se llama Ninette. Y ella misma, interrumpiéndola, sin sacarme la mirada de encima, agrega que es un placer conocerme. Su voz esâ?Šme tiene mirándola como una boba. Cada vez que habla parece que su voz recorre, acaricia, enciende, todo mi cuerpo. No sé que me pasa. No me había pasado nunca, ni cuando conocí a Pamela. En eso la Nata, que anda con una sonrisa que nada se la puede borrar, como si hubiese recibido una descarga eléctrica, me toma de la mano y me pide que la acompañe casi arrastrándome y le digo que no, que me suelte, que me quiero quedar. Enojada, me empuja gritándome que me vaya a la mierda.
-Espero que a tu amiga se le pase lo furiosa â??me dice Ninette con su suave acento que me enloquece.
-Da igual. Quería quedarme contigoâ?Š-le confieso mirando hacia abajo, sintiendo como un tibio calor sube hasta mi rostro.
-Acompáñameâ?Š
Como en trance, fascinada por Ninette, me dejo llevar por ella hasta que quedamos bastante apartadas de todo el grupo, ocultas, las dos solas, en medio de la oscuridad, rodeadas por las rocas, al lado del marâ?Š
Es extraño, es como si me hubiera sumergido bajo el agua, todo el ruido ambiental se ha callado y solo puedo oír mis gemidos y los fuertes latidos de mi corazón. Todo lo demás queda bruscamente en silencio. Tengo a Ninette apoyada contra una roca y la beso desesperadamente tratando de romper su vestido, sobando mi sexo sobre su muslo, jadeando, comportándome como una perra en celo, pero no lo puedo evitar. Es ella. La aprieto contra mi con todas mis fuerzasâ?Šahhhâ?Šahhâ?ŠElla sube mi mini, tirando de mi tanga hacia arriba, metiéndola entre mis nalgas, entre mis labios, en mi sexo, hasta romperlaâ?ŠAuchâ?ŠEntonces me tiende sobre la arena, que me ponga boca a bajo. Lo que quieras. Poniéndose encima mío comienza, ella esta vez, a deslizar su sexo sobre mi cola. Y yo la levanto más y se siente rico y le pido que por favor no pare mientras con mis manos agarro la arena, apretándola con fuerza. Y ella me toma un brazo y, doblándolo hacia atrás, lleva mi muñeca hasta sus labios sin detener su movimiento, sintiendo un fuerte dolor que en el momento se mezcla rítmicamente con mi orgasmo y me quedo así, con ella encima mío, extenuada, con mi mejilla sobre la arena, con el cabello todo revuelto sobre mi rostro. Los sonidos de la fiesta han vuelto. Ninette sigue pegada a mi muñeca. De pronto tengo mucho sueñoâ?Šel marâ?ŠNinetteâ?ŠNinetteâ?Šla sangre que tibiamente se escurre desde mi manoâ?Šdesde su bocaâ?Šy sigo pensando que es linda, incluso cuando, sonriendo, mostrando sus enormes colmillos cubiertos de sangre, me dice que ahora, y de aquí en adelante, podremos estar juntas eternamenteâ?Š
Melanie.
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