La chica del aeropuerto

Aún me quedan poco más de una hora de espera antes de hacer mi trasbordo hacia ímsterdam y, aunque es de noche, aquí en Buenos Aires la temperatura es asfixiante. El calor me tiene como imbécil, desparramado sobre el asiento de la sala de espera, mirando, como por inercia, los aburridos rostros de los otros pasajeros que van a tomar el próximo avión conmigo, escuchando en el walkman a David Bowie, lo único que me tiene a salvo de morir ahogado, sumergido en medio de esta pegajosa atmósfera.Entonces la veo llegar. Lleva el cabello húmedo, atractiva, caminando como si estuviera sobre una pasarela, pero sin sobreactuar. Me gusta. Es como de esas minas que son sensuales a pesar de que quisieran pasar inadvertidas, como que seducen sin quererlo. Delicadas, pero que te dejan muy claro que no son vírgenes, que se las han tirado, pero que lo han hecho con clase. El viejo que iba a mi lado en el avión no le saca la vista de encima, como si se la estuviera comiendo, a punto de violarla. Es cómico. Ella, despreocupada, se apoya sobre el ventanal que da a la pista sin imaginarse que lo único que hace es ofrecerle una mejor vista de su apetitoso trasero. En eso el tipo se para y se pone detrás de ella, descaradamente cerca, casi rozándola, mirando hacia abajo, como apuntando, balanceándose, jugando, hasta que sin querer, o quizás sí, la pasa a llevar con su paquete, empujándola un poco hacia delante. Ella se da la vuelta de inmediato, entre asustada y avergonzada, mientras el viejo haciéndose el idiota se pone a su lado con la vista fija en uno de los aviones que viene aterrizando. Entonces ella se aleja de él, seguro que pensando que ha sido un accidente, y vuelve a apoyarse sobre el ventanal unos metros más allá. Pero es inútil, no pasa más de un momento y el galán-en-estado-terminal comienza a moverse disimuladamente hacia ella hasta colocarse nuevamente a su espalda.

¿Es que no te das cuenta? Obvio que no. Pareces estar a miles de kilómetros de aquí, perdida en el cielo nocturno de Buenos Aires. Ni siquiera te das cuenta cuando el viejo, mirando hacia todos lados, como asegurándose de que nadie lo vea, se acerca un poco más y te agarra la cola con las dos manos, subiéndote el vestido, metiendo tu pequeña tanguita entre tus nalgas, manoseándote a gusto, empujándote contra el vidrio del ventanal, donde tú sin entender mucho dejas marcados tus delicados labios mientras tratas de zafarte, pero el te aprieta muy fuerte y lo único que puedo escuchar es que, asustada, le dices que por favor te suelte, que te está lastimando, justo en el momento en que lo corro de un golpe, uno que lo hace caer pesadamente al suelo. Entonces te tomo de la mano y te resistes un poco, pero te digo que tenemos que correr, porque este tipo no anda solo. Todo esto mientras corremos por el corredor, escapando de los tres gorilas que nos siguen, quizás sus hijos, quién sabe.

Llegamos a uno de los gates que está cerrado, vacío y con las luces apagadas y en un rincón nos apegamos, juntos, ocultos, aprovechando la oscuridad, con la respiración suspendida mientras los tipos pasan de largo. Te digo que no tienes de que preocuparte, que solo quiero ayudarte, pero que tenemos que esperar un momento más, hasta estar seguros. Me susurras que gracias y en eso noto que un par de lágrimas se te escurren por mi barbilla, bajando por mi cuello y te vuelvo a repetir que todo está bien, que todo ya pasó y entonces me abrazas más fuerte, casi hundiéndote en mi hombro. Estás temblando. Pareces una niña asustada. Te sugiero que la próxima vez te rodees de admiradores menos anormales. Me miras y sonríes.

-¿Y tú? ¿En qué rango estas? â??me preguntas sin dejar de sonreír.

Te respondo que del lado bastante menos anormal. Además que estoy de pasada, en media hora más tomo mi vuelo con destino a ímsterdam y podría ya haberme aprovechado de la situación. Te haces un poco hacia atrás, como un reflejo, despegando tus pequeños pero redondos pechos de mí, entonces te pido que me cuentes algo sobre ti. Me dices que vas hacia Santiago, en Chile, y que estas esperando a alguien, que quedaste de encontrarte aquí con ella, tu amiga Pamela, en una hora más según te dijo por teléfono. De aquí se van juntas.

Calculando que los tipos nos han dejado ya de buscar, nos sentamos sobre el sofá un rato más, conversando animadamente. Me muestras el ventanal y me dices que desde tu departamento puedes ver un cielo parecido, lleno de estrellas. Entonces, te apoyas en mi hombro preguntándome cuanto me falta para tomar mi vuelo. Te digo que no importa tomándote de la barbilla. Nunca había conocido una chica como tú y te doy un beso.

Sin planearlo estamos recostados sobre el sofá, yo sobre ti, mordiendo tu cuello, escuchando tus pequeños gemidos mientras me deslizo hacia abajo, pasando por tus pechos, subiendo tu vestido, besando tu ombligo, acariciando tus suaves muslos, demorándome un poco en llegar hasta tu sexo. Metiendo mi lengua despacio, saboreándolo, entrando y saliendo de ella mientras te mueves arqueándote felinamente, diciéndome que pare, que baje mis pantalones, todo esto a medida que tomas mi cabeza y me llevas hasta tus labios y yo, haciendo malabarismos, consigo sacar mi miembro y, colocándote a horcajadas, hundirlo de a poco, sintiendo como tus estrechas paredes se acomodan húmedamente a medida que entro. Das un pequeño salto. Ha entrado entero y entonces comienzo a mecerme mientras veo como te muerdes el labio inferior, en un gesto infinitamente sensual que me hace embestirte cada vez más rápido, durante no sé cuanto tiempo, hasta que das un gemido largo al momento que recibes todo mi semen en tu interior y me abrazas fuerte y me dejo caer sobre ti acomodándome a tu lado, para no aplastarte, sin salirme, pensando en que ojalá no te fueras nunca o, mejor, que nos quedáramos juntos, pero me tengo que ir. Pero también me puedes decir como te llamas. Me respondes que mejor que lo dejemos así, que odias las despedidas, que siempre tratas de evitarlas y te arreglas el vestido y me dices que mire hacia otro lado, que tienes que retocar tu maquillaje. Pero si te ves linda igual. Está bien, pero después te acompaño hasta donde puedas esperar a tu amiga sin problemas.

Una voz de mujer a través del altavoz, sin que se le entienda mucho, llama a los pasajeros de mi vuelo a la puerta de abordaje. El trasbordo esta por salir. Estoy junto a ella, me dice que vaya, que no le gustaría que perdiera mi vuelo por ella. Y me da un beso, como de improviso y se da la vuelta, peroâ?Šque me acuerde que no le gustan las despedidas, que va a estar bien y que no va a olvidar nunca esta noche. Le juro que yo tampoco y la veo como se aleja, caminando rápido, nuevamente como si estuviera sobre una pasarela hasta que llega al lado de otra chica, se dan un beso y, de la mano, toman la escalera mecánica. Ella debe ser Pamela, seguro. A medida que suben, antes de perderse de mi vista, se da la vuelta y me hace señas de que busque algo en mi bolsillo y me dice adiós con un beso. Luego ya no las veo más. De mi bolsillo de la camisa saco un papel uno doblado, escrito con lápiz labial donde puedo leer su nombre, Mila y, a continuación, una dirección de correo electrónico. Casi salgo corriendo tras de ella, pero no lo hagoâ?Š

Dedicado a una chica que intuyo muy especial.
pablocox@hotmail.com

Author: raulo

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