La vida Swinger, un fin justificado (DR) 2002rnrnPor: Tao1 (DR) 2002rnrnMás que un bajo instinto, el procedimiento venido desde mi memoria genética, resumió la experiencia que cifró aquello que fue escrito en “El Príncipe”. Y aún así, mordí el pene del hombre que me dio una justificación para vivir.rnrnLa vida Swinger Un fin justificado (DR) 2002rnrnPor: Tao1rnrnMás que un bajo instinto, el procedimiento venido desde mi memoria genética, resumió la experiencia que cifró aquello que fue escrito en “El Príncipe”.rnrnNo alcanzo a recuperar la fecha, pero ésa espléndida noche del verano del 99, fue cuando, a unas cuadras del Baden Powel, estacionamos sigilosamente, y bajo una Jararanda de proporciones enormes, un viejo auto con amplia cajuela. rnrnLa descarga de adrenalina era casi tóxica en nuestra sangre.rnrnTres almas, y seis pares de ojos, cruzaban miradas hacia el exterior del carro. Buscábamos que nadie descubriera la mecánica de nuestra forma de vivir la vida: “con el Jesús en la boca”.rnrnMientras esto acontecía, el cálido aliento de Jerro resbaló sobre mi cuello y pasó a tocar mi pecho, logrando irritarme en un santiamén. rnObligada a evitar ése contacto, desvié su rostro con una mano, lo que él interpretó como una leve bofetada .rnrnActo seguido, me pidió la asestara una “de adeveras”, para darse “ánimos”, y no fallar en el trance de escabullirse a la cajuela del Ford.rnrnLista para el encuentro con Cardán (mi compañero), y Jerro, nuestro amigo mutuo, dejé que mis ansias contenidas comenzaran a mojar el velour del asiento de cubo.rnrnDe pronto, la ráfaga de un cálido viento chocó con mi pecho, logrando que mis pezones enderezaran la tela del top blanco casi dos centímetros por encima de la superficie de la aureola.rnrnCardán estaba en mi regazo, casi acostado, y con un brazo tendido, dirigía su mano a la manija de la puerta del copiloto.rnrnCon al puerta abierta del auto, dio la orden a Jerro para que saliera detrás suyo.rnrnEn un abrir y cerrar de ojos, vi salir a ambos chicos. Se abrieron paso entre la espesura del enramado que casi llegaba al piso, para que, cuatro segundos después, fuera arrollada de nueva cuenta por el cuerpo de Cardán, quien prácticamente se había echado un clavado sobre mí, para llegar a sentarse frente al volante del vehículo.rnrnCardán activó la marcha del motor, y con extremo cuidado condujo rumbo al Periférico Norte.rnrnExcitados, y con los nervios de punta, preguntamos a Jerro en voz alta si se encontraba bien en el maletero del coche.rnrnUna voz ronca, pero apagada, nos dio aviso de que estaba intranquilo, por lo que determinamos ir conversando en voz alta con esa “presencia”, la que iba alojada detrás del asiento trasero del carro que nos condujo a: El Parador.rnrnDiez segundos, no más, restaba el tiempo que nos separaba la intersección de Gustavo Baz, para entroncar con la entrada del Motel.rnrnCardán hizo virar el auto hacia la izquierda, y el auto subió por la rampa principal de la entrada del inmueble.rnrn”No retroceder”, era el pacto. rnrnY mientras retumbaban esas palabras en mi cabeza, vislumbré en la obscuridad a un hombre que, lámpara en mano, guiaba la luz del artilugio hacia una puerta corrediza de madera. rnrnNo había marcha atrás. Cardán estacionó el auto, y salió del interior para dejar 220 pesos en manos del hombre de la lámpara.rnrnIncrustada hasta lo más profundo del sillón, intenté adivinar qué ocurría mientras escuchaba el click de la chapa del portaequipajes.rnrnAbrí la puerta, y sentí que el auto perdió peso en la parte trasera.rnrnCreí que Jerro había salido casi a gatas, y como un felino se escabullía por las escaleras para subir al piso superior de la habitación.rnrnIntenté hacer lo mismo, pero nuestro amigo me impidió el paso.rnrnLo identifiqué a la primera. Su pequeño pene casi transparentes y venas saltadas, apuntaban frente a mi boca como queriendo usarla como una funda.rnrnEn eso, y desde lo alto de las escaleras, Cárdán nos apresuró a subir al cuarto sin chistar.rnrnIntenté emitir un “sí, ya vamos”, pero Jerro hundió su estoque en mi boca.rnrnLo mordí, y subió corriendo las escaleras. rnrnAl subir, descubrí a Jerro sobre la cama. Cubría su ancho y a la vez corto miembro con ambas manos.rnrnNo se dolía. Estaba tranquilo. Como si el encuentro de hacía unos segundos con mis dientes, nunca hubiese pasado.rnrnJerro invocaba a los elementos energéticos del Reiki. Es decir, un fluido universal que se encuentra en el éter, que pronto surgió ante mi como una manifestación mágica.rnrnUna tonalidad rosa circundó el área pélvica del muchacho, para luego transmutarse en anaranjado, verde y al final azul.rnrn”Listo” – suspiró Jerro, quien al levantarse, miró su colgajo con una mirada de cariño.rnrnCardán, mientras tanto, sintonizaba un canal en el televisor, y al no hallar el que buscaba, se dejó caer sobre la cama como una tabla.rnrnLe seguí yo, y en un instante Jerro se ubicó a mi derecha.rnrnEstábamos a salvo. El cobrador jamás supo que tres personas habían logrado escabullirse a una habitación que por lo regular es para dos (sin importar la heterosexualidad, bisexsualidad u homosexualidad entre hombres o mujeres).rnrnLuego, creamos a un espacio que pintamos con diez minutos de total silencio, y concluido el tiempo, comenzamos a despojarnos de la ropa estando acostados.rnrnA Cardán y a Jerro, los vi envueltos por una aureola azulada; mientras, sobre mi bajo vientre, comenzó a fluir una leve, muy leve tonalidad etérea roja.rnrnLuego, y sin mediar palabras con mis compañeros, tomé su pene en mis manos.rnrnLos descubrí flácidos pero humedecidos por la excitación, y comencé a masturbarlos con delicadeza; en tanto ellos, estando acostados aún, tocaron mis senos, abdomen, y delinearon con suavidad la línea exterior que divide los labios de mi vagina.rnrnArquee un poco las piernas, y así evitar romper con la posición horizontal que debíamos respetar para realizar aquella ceremonia, y dejé que me introdujeran, cada uno, y en un orden de “primero derecha”, y luego “izquierda”, los índices de sus respectivas manos en la humedecida oquedad de mi sexo.rnrnTranscurrió una eternidad, treinta minutos, pero no dejamos de estimularnos. rnrnCon los ojos cerrados, y absorta en disfrutar cada segundo de aquel ejercicio, decidí que había llegado la hora.rnrnAl abrir los ojos, descubrí que los chicos estaban extasiados. Con sus penes duros como el metal apuntando hacia el techo. No miré más, me incorporé, fui a apagar las luces de la habitación, y con mi boca apreté el primer pene que tenía más cercano.rnrnNo fue difícil reconocer a quién pertenecía.rnrnTosí un poco. El olor característico del acondicionador de ropa penetró por mi nariz, y las cosquillas del suave vello púbico de Jerro se entremezclaron con mi lengua.rnrnInsípido, pero bien delineado el glande con su prepucio, comencé a reconocer en la obscuridad cada pliegue, textura y relieve de las venas de su pene.rnrnCon una mano jalé hacia abajo los testículos, y adiviné la distancia que se habría desplazado para descubrir por completo la “cabecita” de aquel corto sexo, pero gordo como nunca había visto.rnrnCardán, por su parte, se estimulaba sólo, pues tenía un doble deleite: la observación de mi performance.rnrnA él le debimos la luz. rnrnCasi mortecina, pero que descubría perfectamente el reflejo de nuestros cuerpos sobre la superficie del monumental espejo ? de pared a pared, y piso a techo -, la luz me permitió ver cuando Cardán me solicitó levantarme.rnrnSin soltar el pene de Jerro, y acomodando mis manos a un costado de la cadera de nuestro amigo, me preparé para ser penetrada estando parada, en escuadra.rnrnNo obstante, Cardán tenía otras intensiones.rnrnColocó un pie sobre la cama, y acercó lo más que pudo la punta de su pene a mi pecho. Comenzó a restregar uno de los senos que había sujetado con la mano que le quedaba libre, y le dejé mezclar la lubricación que salía de su sexo, con la saliva que me pidió poner en el pezón.rnrnSin lograr el objetivo que perseguía, Cardán pidió detuviera la labor que hacía con Jerro.rnrnMe coloqué boca arriba, y lo invité a continuar su tarea sobre mis senos; en tanto, Jerro pegó su boca a los labios de mi vagina y sin mucho tino, mamó como un bebé los pliegues, sin llegar a tocar el clítoris.rnrnLo dejé hacer casi todo, pero en realidad no llegaba a excitare como le visión que frente a mis ojos se presentaba: la cabeza del pene de Cardán, desapareciendo junto con mi pezón izquierdo al momento en que empujaba su miembro contra la piel de mi seno; pero en una de esas acciones en que la sacaba para que “respirara”, y otras, para sambullirlo en mis carnes, dejó un espeso charco en la oquedad que se había formado.rnrnSin sorprenderme lo sucedido, me di cuenta demasiado tarde que los tres habíamos tenido un orgasmo simultáneo.rnrnJerro, sin siquiera haberse manipulado, había dejado un charco de semen sobre la alfombra, Cardán sobre mi pecho, y yo, estando tendida, boca arriba, y con la lengua de Jerro en el interior de mi vagina, había estallado en una oleada de pulsaciones arrítmicas en mi bajo vientre, donde casi había dejado incrustada mis ingles en el rostro del pobre de Jerro, y jalaba aire como un toro. Sin darme cuenta, casi lo había asfixiado.rnrnEl fin había justificado los medios.rnrnHabía logrado tener sexo con dos hombres a la vez, por primera vez en mi vida.rnrnUn hecho del cual no me arrepiento, y cada vez que recuerdo, continúo disfrutando.rnrn¿Alguien de las foristas que lo han hecho, coinciden conmigo?rnrnYo, les cuento que mi vida, a través de esta experiencia, me dejó en claro que la armonía del sexo, aunada a la carga energética que uno busca, justificada perfectamente el tener un acercamiento con personas que sintonizan la misma frecuencia; la elevación del esprítitu a través de un orgasmo.